Charles Baudelaire (1821-1867)

LA VOZ

«Se encontraba mi cuna junto a la biblioteca,
Babel sombría, donde novela, ciencia, fábula,
todo, ya polvo griego, ya ceniza latina, se mezclaba.

Yo era alto como un infolio.
Y dos voces me hablaban. Una, insidiosa y firme:
‘La Tierra es un pastel colmado de dulzura;
yo puedo (¡y tu placer jamás tendrá ya límite!)
despertarte un apetito de igual tamaño’.
Y la otra: ‘¡Ven! ¡Oh ven a viajar por los sueños,
más allá de lo posible, más allá de lo conocido!’.
Y ésta cantaba como el viento en las arenas,
fantasma quejumbroso, venido de no se sabe dónde,
que acaricia el oído a la vez que lo espanta.
Yo respondí: ‘¡Sí, dulce voz!’.

De entonces data lo que se puede ¡ay! denominar mi llaga
y mi fatalidad. Detrás de los decorados
de la existencia inmensa,
en lo más negro del abismo,
veo distintamente los más extraños mundos y,
víctima extasiada de mi clarividencia,
arrastro conmigo serpientes que me muerden los talones.

Y tras ese momento, igual que los profetas,
con inmensa ternura amo el mar y el desierto.
Desde entonces sonrío en los duelos y lloro en las fiestas,
y encuentro un gusto suave en el vino más amargo;
tomo muy a menudo los hechos por mentiras,
y, por mirar al cielo caigo en pozos profundos.
Más la voz me consuela, diciendo: ‘Conserva tus sueños;
¡los cuerdos no los tienen tan bellos como los locos!”.

Charles Baudelaire – “La Voz” (“Las Flores Del Mal”, 1857)

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