Pablo Neruda (1904-1973)

Pablo Neruda (1904-1973)

Pablo-Neruda

SONETO XCIV

Si muero sobrevíveme con tanta fuerza pura
que despiertes la furia del pálido y del frío,
de sur a sur levanta tus ojos indelebles,
de sol a sol que suene tu boca de guitarra.

No quiero que vacilen tu risa ni tus pasos,
no quiero que se muera mi herencia de alegría,
no llames a mi pecho, estoy ausente.
Vive en mi ausencia como en una casa.

Es una casa tan grande la ausencia
que pasarás en ella a través de los muros
y colgarás los cuadros en el aire.

Es una casa tan transparente la ausencia
que yo sin vida te veré vivir
y si sufres, mi amor, me moriré otra vez.

Cien Sonetos de Amor» (Soneto XCIV, 1959)

Edward Bunker (1933-2005)

Edward Bunker (1933-2005)

«Entré en la celda. El acero chocó contra el acero. Estaba encerrado. El entorno de sobra conocido del jergón, el váter sin tapa, el lavabo con grifo de botón y los grafitis grabados en las paredes pintadas formó un amalgama que rompió en añicos mi coraza de frialdad. Solo hay que imaginar el huracán emocional de un hombre que, después de ocho años de condena, pasa en libertad menos de una semana y vuelve a encontrarse de nuevo entre rejas, sin haber cometido ningún delito. Me vi envuelto en una vorágine de soledad, rabia y desesperación que desembocó en un llanto enloquecido y cegador. ‘Oh, por favor, ayúdame’ , supliqué en silencio. Era una súplica dirigida a la Fortuna, al Destino, a Dios o a un poder anónimo, una súplica que todo hombre pronuncia alguna vez a lo largo de su vida.

Dominado por un tormento insoportable, estupefacto, me lancé al camastro y enterré la cara en la almohada -una almohada grasienta por el paso de otros cientos de cabezas-, para que nadie pudiera oír mi enfurecida rendición ante el abatimiento. Durante horas intenté encontrar una razón que justificara lo que estaba ocurriendo, pero no hallé ninguna; a menos que ocho años no hubieran sido castigo suficiente. Tenía que haber alguna razón, en alguna parte, que justificara aquel sufrimiento. Si no había ninguna, si no había justicia, mi salud mental peligraba.

El torbellino de rabia me mareó. Poco después, estaba hecho un trapo, y sentí oleadas de desesperación tan inmensas que consideré la posibilidad del suicidio como huida de aquel tormento. No se trataba de aquel momento de sufrimiento, que era simplemente un ejemplo de toda mi vida. Así habían sido siempre las cosas y así seguirían. ¿Por qué tenía que sufrir en vano? La lógica dictaba el suicidio, pero es más fácil articular un pensamiento lógico que llevarlo a cabo hasta sus últimas consecuencias, sobre todo en lo que respecta a la muerte. El cuerpo se rebela ante la inconsciencia. Al llegar al borde del suicidio, volví en mí.

Lo peor de mi dilema era la incapacidad para encontrar un bastión de fe que mitigara los golpes de la existencia, que hiciera más soportable mi situación. No tenía ningún dios que soportara mis cargas. El dolor sin sentido es el más difícil de soportar. Mis pensamientos angustiados no tenían más sentido que el zumbido de un mosquito delante de una ventana.

Sumido en aquel abismo estéril, en aquel vacío, estallé de indignación. Era una ira que iba más allá del odio. Abarcaba a Dios y al hombre. Seguía los estertores de mi fe en mi condición de ser humano y en lo que la humanidad consideraba que era el bien. No solo se habían truncado todas mis esperanzas, sino que el deseo también estaba muerto y enterrado. Los resultados de la prueba de orina no tardarían en llegar del laboratorio. Volvería a estar en la calle. Y aunque me devolvieran a la cárcel y pasara más años allí, mi elección vital salía reforzada, si es que algo absoluto puede amplificarse.

Me declaraba en guerra contra la sociedad, o quizás solamente renovaba mi contienda. Se había acabado la duda y la desazón. Me declaraba liberado de todas las normas, excepto de las que yo quería aceptar, y aquéllas que cambiaría según mis deseos. Cogería todo lo que quisiera. Sería lo que yo era, un delincuente, pero de verdad. Mi decisión de optar por la delincuencia y el abandono absoluto de las constricciones sociales -a menos que la sociedad fuera capaz de imponérmelas a la fuerza- era también mi verdad. Otros podrían decidir acaparar tanto poder como pudieran. La delincuencia era mi vida, donde me sentía cómodo y no desgarrado en mi interior. Y aunque era una libre elección, también era mi destino. La sociedad me había convertido en lo que era -y me había aislado, por temor a aquello que la sociedad misma había creado- y yo me regodeaba con mi condición. Si se negaban a dejarme vivir en paz, yo no quería hacerlo. En aquella penosa semana había sido desgraciado, desgraciado en mis pensamientos. ¡A la mierda la sociedad! ¡A la mierda su juego! Ni aunque tuviera muchas posibilidades, ¡a la mierda también! Por lo menos me quedaba la integridad de mi alama, tenía control sobre mi pequeña parcela de infierno, por pequeña que fuera, aunque estuviera confinada al interior de mi cabeza.

Cuando llegó la mañana me sentía fuerte. Había superado la indecisión”.

Fragmento de la novela “No Hay Bestia Tan Feroz” (1973)

Dorothea Schlegel  (1764-1839)

Dorothea Schlegel (1764-1839)

«!Así se puso el sol de mi vida! Y bien pronto ha de yacer, envuelto en la negrura, el mundo, que aún está inundado de luz, jubiloso, en un fuerte cántico de corales.

Ninguna estrella alumbra la insegura pisada, y ninguna deidad se inclina ante nosotros. Hubo un tiempo en que tuve en torno ángeles bellos; y de amor y placer estuve rodeada bajo el fulgor dorado de los soles; mi corazón estuvo a ellos entregado.

¡Ahora el dulce sueño ha huido para siempre! ¿Ha sido todo un sueño, y he sufrido un engaño?».

Fragmento del poema «Así Se Puso El Sol En Mi Vida»

Michel Houellebecq (1956)

Michel Houellebecq (1956)

“Bruno está apoyado en el lavabo. Se ha quitado la chaqueta del pijama. Los pliegues de su barriguita blanca caen sobre la porcelana del lavabo. Tiene once años. Quiere lavarse los dientes, como todas las noches; espera acabar de asearse sin incidentes. Pero Wilmart se acerca, al principio solo, y empuja a Bruno en el hombro. Bruno empieza a retroceder, temblando de miedo; sabe más o menos lo que viene después. ‘Dejadme…’, dice con voz débil. Ahora se acerca Pelé. Es bajito, recio y tremendamente fuerte. Abofetea con violencia a Bruno, que se echa a llorar. Luego le empujan al suelo, lo cogen de los pies y empiezan a arrastrarlo. Cerca de los servicios, le arrancan el pantalón del pijama. Tiene un sexo menudo, todavía infantil, sin vello. Lo cogen de los pelos entre dos, le obligan a abrir la boca. Pelé le frota una escobilla de váter por la cara. Bruno siente el sabor a mierda. Grita. Brasseur se une a los otros; tiene catorce años, es el mayor de sexto. Saca la polla, que a Bruno le parece enorme y gruesa. Se coloca de pie sobre él y mea en su cara. El día antes ha obligado a Bruno a chupársela, y luego a lamerle el culo; pero esta noche no tiene ganas. ‘Clément, no tienes pelos en el rabo; hay que ayudarlos a crecer…’ A una señal, los tres le untan crema de afeitar en el sexo. Brasseur abre una navaja de afeitar y acerca la hoja. Bruno se caga de miedo.

Una noche de marzo de 1968, un vigilante lo encontró desnudo y cubierto de mierda, acurrucado en los servicios del fondo del patio. Le hizo ponerse el pijama y lo llevó a ver a Cohen, el vigilante general. Bruno tenía miedo de que lo obligase a hablar; temía pronunciar el nombre de Brasseur. Pero Cohen, aunque lo habían sacado de la cama en mitad de la noche, lo recibió con dulzura. Al contrario que los vigilantes que estaban a sus órdenes, él trataba de usted a los alumnos. Era su tercer internado, y no el más duro; sabía que las víctimas casi siempre se niegan a denunciar a sus verdugos. Lo único que podía hacer era sancionar al vigilante responsable del dormitorio de sexto. La mayoría de los padres tenían a aquellos niños abandonados; él representaba para ellos la única autoridad. Tendría que haberlos vigilado más de cerca, intervenir antes de las faltas; pero no era posible, solo había cinco vigilantes por doscientos alumnos. Cuando Bruno se fue, preparó un café y hojeó las fichas de sexto. Sospechaba de Pelé y de Brasseur, pero no tenía ninguna prueba. Si conseguía arrinconarlos, estaba decidido a llegar a la expulsión; basta con unos cuantos elementos violentos y crueles para arrastrar a los demás a la ferocidad. A la mayoría de los chicos, sobre todo cuando forman pandillas, les gusta infligir humillaciones y torturas a los seres más débiles. Al principio de la adolescencia, sobre todo, el salvajismo alcanza proporciones inauditas. No se hacía la menor ilusión sobre el comportamiento del ser humano cuando no está sometido al control de la ley. Desde su llegada al internado de Meaux, había logrado hacerse temer. Sabía que, sin el último escudo de legalidad que él representaba, los malos tratos a chicos como Bruno no habrían tenido límite.

Bruno repitió sexto con alivio. Pelé, Brasseur y Wilmart pasaban a quinto, y estarían en un dormitorio diferente. Desgraciadamente, siguiendo las directivas del Ministerio tras los acontecimientos del 68, se decidió reducir los puestos de maestro internado y sustituirlos por un sistema de autodisciplina; la medida estaba en el aire desde hacía tiempo, y además tenía la ventaja de reducir los gastos salariales. Desde entonces resultaba más fácil pasar de un dormitorio a otro; los de quinto tomaron por costumbre organizar razzias entre los más pequeños al menos una vez por semana.; volvían del otro dormitorio con una o dos víctimas y empezaba la sesión. A finales de diciembre, Jean-Michel Kempf, un chico delgado y tímido que había llegado a principios del año, se tiró por la ventana para escapar de sus verdugos. La caída pudo haber sido mortal; tuvo suerte de salvarse con fracturas múltiples. El tobillo estaba muy mal, costó trabajo recuperar las astillas de hueso; quedó claro que el chico se iba a quedar cojo. Cohen organizó un interrogatorio general que reforzó sus sospechas; a pesar de las negativas, expulsó a Pelé durante tres días.

Prácticamente todas las sociedades animales funcionan gracias a un sistema de dominación vinculado a la fuerza relativa de sus miembros. Este sistema se caracteriza por una estricta jerarquía; el macho más fuerte del grupo se llama ‘animal alfa’; le sigue el segundo en fuerza, el ‘animal beta’, y así hasta el animal más bajo en la jerarquía, el ‘animal omega’. Por lo general, las posiciones jerárquicas se determinan en los rituales de combate; los animales de bajo rango intentan mejorar su posición provocando a los animales de rango superior, porque saben que en caso de victoria su situación mejorará. Un rango elevado va acompañado de ciertos privilegios: alimentarse primero, copular con las hembras del grupo. No obstante, el animal más débil puede evitar el combate adoptando una postura de ‘sumisión’ (agacharse, presentar el ano). Bruno se hallaba en una situación menos favorable. La brutalidad y la dominación, corrientes en las sociedades animales, se ven acompañadas ya en los chimpancés (‘Pan Troglodytes’) por los actos de crueldad gratuita hacia el animal más débil. Esta tendencia alcanza el máximo en las sociedades humanas primitivas, y entre los niños y adolescentes de las sociedades desarrolladas. Más tarde aparece la ‘piedad’, o identificación con el sufrimiento del prójimo; esta piedad se sistematiza rápidamente en forma de ‘ley moral’. En el internado del liceo de Meaux, Jean Cohen representaba la ley moral, y no tenía la menor intención de apartarse de ella. No le parecía abusivo en absoluto la utilización que los nazis habían hecho de Nietzsche; al negar la compasión, al situarse más allá de la ley moral, al establecer el deseo y el reino del deseo, el pensamiento de Nietzsche conducía naturalmente al nazismo, en su opinión. Teniendo en cuenta su antigüedad y su nivel de diplomas, podrían haberlo nombrado director de instituto; seguía en el puesto de vigilante general por su propia voluntad. Dirigió cartas a la inspección académica para quejarse de la reducción de puestos de maestro de internado; las cartas no tuvieron el menor efecto.

En un zoo, un canguro macho (‘macropodidés’) se comportará a menudo como si la posición vertical de su guardián fuera un desafío al combate. La agresión del canguro puede evitarse si el guardián adopta una postura inclinada, característica de los canguros apacibles. Jean Cohen no tenía ninguna gana de convertirse en un canguro apacible. La maldad de Michel Brasseur, estadio evolutivo normal de un egoísmo normal ya presente en animales menos evolucionados, había dejado cojo para siempre a uno de sus compañeros; en chicos como Bruno, era probable que causase daños psicológicos irreversibles. Cuando llamó a Brasseur a su despacho para interrogarle los hizo sin la menor intención de ocultarle su desprecio, ni su propósito de conseguir que lo expulsaran.

Todos los domingos por la tarde, cuando su padre lo llevaba de vuelta en el Mercedes, Bruno empezaba a temblar según se acercaban a Nanteuil-lex-Meaux. La sala de visitas del liceo estaba decorada de bajorrelieves que representaban a los antiguos alumnos más célebres: Courteline y Moissan. Georges Courteline, escritor francés, es autor de relatos que presentan con ironía el absurdo de la vida burguesa y administrativa. Henri Moissan, químico francés (premio Nobel en 1906) desarrolló el uso del horno eléctrico y aisló el silicio y el flúor. Su padre siempre llegaba a tiempo para la cena de las siete. Por lo general, Bruno solo conseguía comer a mediodía, en la comida con los semipensionistas; por la noche, solo estaban los internos. Eran mesas de ocho; los mayores ocupaban los primeros sitios. Se servían en abundancia y luego escupían en el plato para que los pequeños no pudieran tocar el resto.

Todos los domingos Bruno se preguntaba si debía hablar con su padre, y al final concluía que era imposible. Su padre pensaba que era bueno que un chico aprendiera a defenderse; y era verdad que algunos de su misma edad contestaban, se enfrentaban a los mayores, al final lograban hacerse respetar. A los cuarenta y dos años, Serge Clément era un hombre ‘de éxito’. Mientras que sus padres eran dueños de una tienda de ultramarinos en Petit-Clamart, él ya tenía tres clínicas especializadas en cirugía estética: una en Neully, otra en Véniset y la tercera en Suiza, cerca de Lausana. Además, cuando su mujer se fue a vivir a California, él recuperó la administración de la clínica de Cannes, enviándole la mitad de los beneficios. Hacía tiempo que había dejado de operar; pero era, como suele decirse, un buen ‘gestor’. No sabía muy bien cómo tratar a su hijo. Le tenía cierto cariño, a condición de que no le robara demasiado tiempo; se sentía culpable. Los fines de semana que tenía a Bruno en casa, solía abstenerse de recibir a sus amantes. Compraba platos preparados, cenaban los dos juntos; luego miraban la televisión. No sabía jugar a ningún juego. A veces Bruno se levantaba durante la noche e iba al frigorífico. Echaba cereales en un tazón, añadía leche y nata fresca; lo cubría todo con una gruesa capa de azúcar. Después se lo tomaba. Se tomaba varios tazones, hasta sentirse asqueado. Le pesaba el vientre. Eso le gustaba”.

Extracto del libro «Las Partículas Elementales» (1998)

Karmelo C. Iribarren (1959)

Karmelo C. Iribarren (1959)

TORMENTA DE VERANO

Están cogidos de la mano en silencio, bajo los soportales.

El niño mira su columpio, muy triste, bajo la lluvia, y no lo entiende.

El padre mira al niño: es la vida, hijo -quisiera poder decirle-, y no ha hecho más que empezar.

 

 

 

 

 

RETRATO DEL POETA ADOLESCENTE

Un paquete de tabaco,
un libro de poemas,
cuarenta duros
para tomar unas cervezas…

Poca cosa, es verdad:
pero para mí
era suficiente.

Y entonces aparecieron las mujeres.

 

LAS RESACAS

Las primeras tienen
su cosa, es cierto. Otra vez
con el trago en la mano,
uno se siente a gusto de sentirse
tan mal, de tener ese cuerpo,
de ser al fin el blanco
de miradas y risas (comentarios
jocosos, vacilones), ya sabes,
de sufrir como un hombre.

Luego vienen las otras,

las de siempre, las clásicas,
sin el encanto de la novedad,
las que uno ya conoce en su justa
medida, aburridas y tercas,
pegajosas, las que apenas
sorprenden, las que una mañana
te avisan que ojo al parche,
pero tú ni te enteras.

Las últimas resacas,

las auténticas, las de verdad,
las que ni risas ni miradas
que valgan, las del vómito
encima, las del asco
y las lágrimas, las del miedo
a vivir y a morir de repente,
las de la más absoluta soledad,

esas, amigo mío, mejor
que no las tengas que pasar.

 

YA ESTÁ

Ya poseemos
casi todo
lo que nos iba
a hacer felices.
Puede decirse
que lo hemos
conseguido.

Ya está.

Ahora solo
nos queda
comprobar
hasta qué punto
fuimos sinceros
con nosotros
mismos.

 

AL LÍMITE

Tienes veinte años,
tienes a la vida
por el cuello
a tu merced;

pero no es suficiente,
quieres más.

Conozco
esa sensación.
Y te deseo mucha suerte,
la vas a necesitar.

Karmelo Iribarren

TRAGICÓMICO

Es lo que tiene,
el amor:
empiezas siendo
el galán
protagonista
de una maravillosa
comedia,

y acabas
convirtiéndote
en un actor
sobrio,
serio,
de carácter,
solo que de tu
propia tragedia.

 

LA CHICA DE LA MARQUESINA

Sale de la marquesina y mira
hacia la izquierda;
vuelve y reinicia su pequeño
«claqueteo» nervioso.

No aguanta más, se muere, necesita
que llegue el autobús; la vida, todo
lo que ésta le tenga reservado.
Y lo necesita ya, ahora, esta noche de sábado.
Mañana es una entelequia, una ficción,
un planeta a años luz.

Y vuelve a salir y mira y se consume de deseo.
Es terriblemente desgraciada un segundo
y al siguiente -llega el autobús al fin- se ríe
y parece que amanece en el mundo.

Y yo la miro y pienso
que, aunque solo fuera por eso,
por esa fuerza, por sentir
lo que ahora mismo está sintiendo ella,
merece la pena vivir.

 

VIEJA BAJO LA TORMENTA

Tendría alrededor
de ochenta años,
estaba atascada en un semáforo,
como un barquito de vela
bajo la tormenta,
incapaz de gobernar
el paraguas.
Al final,
dando bandazos,
no sé cómo,
a la desesperada,
llegó hasta la otra acera.

La guerra la tenía perdida
-como todos-,
pero había ganado esa batalla.

 

A DISCRECIÓN

La radio
está encendida.
Suena
la pedorreta
de una moto
en algún sitio.
La ráfaga
de un coche
a cada rato.
Enciendo
otro cigarro.
Pienso
que no debería
fumar tanto.
Me río
pero no
me río.
Miro el televisor:
más masacres,
más fraudes,
más despidos.
¡Bah!
La mierda
de diario.
Saco
otro Camel.
Echo
una bocanada
gorda
de humo
y asco.
Pongo
en marcha
el PC.
Y, como quien
abre fuego
a discreción,
escribo.

 

COMO UN RASGUÑO EN EL ALMA

Un simple
comentario
a destiempo,
sin ninguna
intención.
Pero tuvo
que ser ese,
entre todos
los posibles.

Y la vida pasa…

Y no prescribe.

 

RITUAL SANGRIENTO

Dejo el periódico
sobre la barra.
Enciendo
un cigarrillo.
Tomo
el primer trago
de café.
Una calada,
y después
otra más fuerte.
Ya está.
Ya estoy en marcha
-me digo-,
ya puedo
hacerle frente a esta locura.
Ahora,
a ver si hay suerte
y algo me llega
al corazón.

 

ES INÚTIL BUSCARLO

Es inútil buscarlo. Cuando
menos lo esperas, aparece
en un bar. Y ya nada es
igual en adelante. Un día
tocas los dientes de la gloria,
y al siguiente te rompe
el corazón. O no. O quizás
tienes suerte, y solo
acabas harto de la felicidad.

 

Karmelo IribarrenMADRID, METRO, NOCHE

Gente
exhausta,
con la vista
clavada
en el suelo,

preguntándose
por la vida,
la de verdad…

porque no puede ser
que sea
solo eso…

 

MALOS TIEMPOS

Ándate con cuidado,
que no se entere nadie
de que lo pasas bien,
que tu vida funciona,
y eres feliz a ratos.

Hay gente que es capaz
de cualquier cosa,
cuando ve una sonrisa.

ESO ERA AMOR

Te veía
llegar,
cruzar la puerta,
darme un besazo en el morro,
mirarme a los ojos
de esa manera única,
como solo tú miras
a los ojos: rompiendo el calendario.

Te veía
hacer esas cosas sencillas
que tú haces
para que el mundo
entre en razón;

y no sabía
a quién
darle las gracias.

TOCANDO FONDO

El último salvavidas
al que suelo agarrarme
en estos casos,
el teléfono,
hoy tampoco me sirve.
Por mucho que ahora marque
los tres o cuatro números
de amigos disponibles,
es seguro
que no estarán en casa,
o que si están
me manden literalmente
a la mierda
sin mediar palabra
y cuelguen.
Supongo
que los tengo
-y con razón-
hasta los huevos
de mis ya preocupantes
borracheras,
y que el perdón
y los arrepentimientos
perdieron su efectividad
hace ya tiempo.
Supongo que es así.
Pero, con todo,
lo peor es que no recuerdo
nada.
No sé con quién estuve,
ni dónde,
ni a quién dije algo
lo suficientemente fuerte
como para acabar a golpes por el suelo
y que ahora me duela hasta pensar.
Lo que está claro,
en cualquier caso,
es que me dieron de hostias
-como suele decirse-
hasta en el carné de identidad.
Que, por cierto, he perdido.
Lo mismo que las llaves,
la chupa,
y un ejemplar de tapas duras de Hammett
con un breve poema
dedicado dentro
que pensaba regalarle a una mujer
para el día de su cumpleaños,
que es hoy.
En fin,
que estoy hecho unos zorros,
o un cromo,
o más tirao que un lapo,
o más jodido
que una perra puta.
Y lo más triste
y negro
y peligroso de esta historia
es que ya no me queda
ni siquiera
el coraje necesario
para ponerme delante
del espejo
y mentirme
-una vez más-
que, por mis muertos, esto se tiene que acabar.

 

LO DIFÍCIL

Enamorarse es fácil.

Uno puede enamorarse
-sin demasiado esfuerzo-
varias veces al día,
a nada
que se lo proponga
y se mueva un poco por ahí;
y si es verano,
mi te cuento.

Enamorarse no tiene
mayor mérito.
Lo realmente difícil
-no conozco
ningún caso-
es salir entero
de una historia de amor.

 

LOS GATOS

Lentos
por las aceras,
inmóviles
en las repisas,
aovillados
en los sofás,

nos miran,
nos observan,
nos escrutan.

Llevan
miles de años
haciéndolo.

Y siguen
marcando
las distancias.

 

LA COBARDÍA AL FINAL PASA FACTURA

A veces
-cuando observa en los bares
la sana desvergüenza de los jóvenes-,
los rescoldos
de una oscura pasión avivan su mirada.

Y ni siquiera entonces
puede recordar sin sentirse culpable.

 

EL AMIGO

Llora cuanto quieras
sobre mi hombro,
desahógate,
cuenta conmigo
para lo que haga falta.

Pero no te equivoques,
no soy mejor que él:
le envidio
cada una
de tus lágrimas.

 

EL TIEMPO, YA TODO SE COMPRENDE

Como a veces
nos viene a la memoria
algo sin importancia
que dejamos
para el día siguiente
hace ya tiempo,

he recordado,
viejo amor,
cuánto te quise.

 

SU AUSENCIA

De aquí
a un tiempo,
puede
que llegue a ser
como vivir
en una ciudad que no te gusta
sabiendo
que nunca podrás
abandonarla;
pero eso,
en los mejores días.

 

LOS VIEJOS CAMARADAS

Alegra esa cara,
hombre
-dicen, dándote una
palmadita en la espalda-,
hay que ser más
optimista,
tú al menos puedes
contarlo, ¿no?,
otros no tienen tanta suerte.

Y luego miran enseguida
el reloj,
y se van.
No vaya a ser
que se lo cuentes.

 

EL AMOR

Como el viento que encuentra
una rendija
y se cuela en la habitación
y lo desordena todo
libros
facturas
poemas
así llega
en la vida
el amor.

Nada es igual a partir de entonces,
ese caos
es la felicidad.

Pero un día habrá que recoger.

Suerte si no te toca a ti.

 

EN EL TREN

Hace unos minutos
que ha recibido la llamada,
y desde entonces no ha soltado el pañuelo

Qué tristes
son las lágrimas de un viejo,
te desarman,
te dejan sin opción.

Solo puedes imaginarte lo peor.

 

COSAS DE LA EDAD

Cosas de la edad,
supongo:
te da
por mirar
atrás,
hacia tu vida,
y ves
que no ha sido
en el fondo
más que un puñetero
fraude.

Y después
-para joderlo
del todo-,
no se te ocurre
otra cosa
que mirar
hacia adelante.

 

VALORES EN ALZA

No solo eres guapo,
fuerte y listo,
sino que además
de conciencia
ni una pizca

Enhorabuena,
amigo:
este mundo
está hecho
a tu medida.

 

CONVIENE NO OLVIDARLO

No hay nada
gratis. Ni siquiera
lo que es gratis es gratis de verdad.
Siempre
te lo descuentan
de algún sitio.

 

LO DEMÁS SON HISTORIAS

Mi mujer y mi hija,
estas paredes y estos libros,
un puñado de amigos
que me quieren
-y a los que quiero de verdad-,
las olas del Cantábrico
en septiembre,
tres bares, cuatro
con el garito de la playa.
Aunque sé que me dejo
algunas cosas, puedo decir
que, de ser algo, ésa es mi patria.
Lo demás son historias.

 

Karmelo Iribarren (2)VENCIDO

Vencido, una vez más. Por el amor,
el odio, o por la vida
que no hace concesiones
ni da treguas. Aquí,
en la esquina de un siglo
tan inútil como lo fueron
todos. Y también
tan sanguinario. Fumando
un cigarrillo. Indiferente. Viendo
cómo la gente se destroza,
y sin sentir nada especial.

 

 

INTUICIÓN DEL FRÍO

No es el de la niñez,
aquellas mañanas de diciembre,
a lo largo del río,
hacia el colegio.

Ni se trata tampoco de aquel otro
que te sorprendería
años después
más de una madrugada
dando tumbos.

No, este es distinto, este
da miedo:
viene
del futuro.

 

LAS MUJERES

No sé qué tienen
(además de lo que tienen), pero
sin duda
es mágico.
Capaces,
con un mínimo gesto,
de hacerte desear
no haber nacido nunca
en un instante
y que al siguiente te arrojes
a sus pies, pasan
siempre de largo.
Sus miradas
desarman.
Sus caricias
te pueden reducir a un pobre imbécil.
Son como el alumbrado
de la vida.
Las mujeres.
Lo máximo.

 

COMO TÚ

Mujeres como tú
son las que consiguen
que se declaren
las guerras
y que algún general
que otro
llegue incluso
a escuchar
el silbido
de las balas.

 

SEGURO QUE ESTA HISTORIA TE SUENA

Al fondo de la barra
una mujer; una
mujer en principio
como tantas: que fuma,
bebe, ríe, charla, y se echa
la melena para atrás;
ya digo, como tantas.

Hasta que su
mirada se cruza acaso
con la tuya
-o a ti te lo parece-,
y por un breve
instante
el tiempo se detiene,
y esa mujer es única,
y todo cambia,
y todo puede pasar.

Todo.

También
-como sucede
casi siempre-,
absolutamente nada.

 

LA MUJER DE MIS SUEÑOS

En todas las ciudades
que he pisado
me ha parecido verte:

un autobús que arranca
y que no cojo,
o un ascensor cerrándose,
o doblando una esquina hacia
la noche,
o al fondo,
entre humo y voces,
de un bar de madrugada…

En cualquier sitio, siempre,
tu imagen que aparece
y desaparece.

 

SEÑOR

No es que moleste
en sí, pero
cuesta acostumbrarse.

Eso de que vayas
por ahí
tranquilamente
y se te acerque
una chavala
y te diga:
«¿Tiene hora señor?»,

Eso de que te saquen
de la pista
con tanta educación,
no es fácil de asumir,
qué duda cabe.

 

HISTORIA APENAS ENTREVISTA

Acaba
de cruzar
frente a mi parabrisas.
Es ella.
La recuerdo
muy bien.
Siempre con algún libro
de Simone de Beauvoir
(«Acabemos con la tiranía de la belleza»
y ese tipo de historias).
Luego, un día,
desapareció. Se fue a vivir
con un viejo economista.
Se ha pasado
al enemigo,
dijeron unas.
Ya se sabe,
el dinero tiene imán,
dijeron otras…
Pero no.
Sucedió algo
mucho más sencillo.
Tanto
que fue ella misma
la primera
sorprendida:
Se enamoró.

 

EL FUTURO

El futuro es vuestro,
chavales,
decían,
como quien te dice
que te ha tocado algo,

¡El futuro!
Menudo
fraude:
letras y letras
y más letras de Banco,
o la puta calle.

 

POR QUÉ NO

Esta noche, por lo que a mí
respecta bien podría saltar
el mundo en mil pedazos.
Por qué no. Y nosotros con él.
Acabar. Echarle de una vez
-y para siempre- el telón
a este teatro, a esta absurda
comedia. Al menos, tendría
su razón de ser otra cerveza.

 

DE COPAS CON CIORÁN

Con los días contados,
chaval, así vivimos
todos. Esperando
a que nos tachen
de la lista. Distrayendo
la espera con tragos
y canciones. No hay más.
Puedes llorar o morirte
de risa. Como prefieras.

 

SUPERVIVENCIA

Uno siempre espera
que suceda algo,
que algo bueno suceda,
algo que le dé un giro brusco,
un empujón, un bandazo
de suerte a su vida
de repente, porque sí,
en el momento más inesperado.

Pero no pasa nada, claro,
nunca pasa nada.
Porque uno no es más que un pobre
diablo (qué te creías, pues),
un número, una fecha,
un papel olvidado en un sótano
tétrico, traspapelado
entre millones de papeles.

Y al final, uno, qué remedio,
acaba aceptando que es así,
asume el fracaso,
se mira en el espejo y se da risa
(o llora, pero muy bajo),
se dice que la vida…, en fin,
que no hay nada que hacer,
y ni siquiera se queja, para qué.

Uno ya solo quiere llegar
al día siguiente, sin
sobresaltos, poder ver a su
equipo por la tele el sábado, fumar
menos, dormir bien, echar
de vez en cuando un trago, cumplir años,
seguir vivo…, sin más.

Karmelo-C.-Iribarren

AHORA

Después de haber visto
el mundo, a través
de una botella, durante
más de quince años,
ahora -pasada ya la cumbre de la ruina,
firme en el otro lado-,
puedo decir al fin y digo
que es verdad: el amor
es un invento necesario.

 

EN LA SOMBRA

Cuídate mucho
de los que solo miran,
de los que siempre
están detrás,
de esos a los que nunca
se dirige nadie.

Cuídate
mucho de ellos.
Con el tiempo
-si pueden-,
te buscarán para vengarse.

 

LA VIDA, OTRA VEZ, SIEMPRE

La vida es
como rellenar
un pliego
de descargo:
nunca te hace caso
ni dios.
Siempre te falta
alguna póliza,
algún dato,
alguna cifra,
algún papel.
Siempre se guardan
alguna carta,
en la manga,
para finalmente
poder seguir
jodiéndote.

 

SI NO FUESE POR ESTOS MOMENTOS, ¿EH?

Un heavy borracho,
con la chustarra
del canuto
apagada
en los labios,
balbuceándome
que si le dejo poner
un cartel en la puerta,
que son un grupo guapo,
Los Nervios,
y que tocan el viernes 23
a las 11:45
y que no falte.

Y yo diciéndole
que de qué mes
porque hoy es sábado 24,
y a mí
antes de las 7
no me vacila
ni mi padre.

 

UNA MUJER

Una mujer
a la que no solo
no le falta
de nada, sino
que tiene para dar y tomar
de todo lo que a los hombres
-por mucho que digamos
lo contrario-
tanto nos gusta
en las mujeres:
feminidad, sutileza,
clase, buen humor,
ternura,
y una carcasa alucinante.

Ésa eres tú.

 

EL ERROR HUMANO

Llevamos cometiendo
los mismos errores
desde el origen
remoto
de la especie.
No parece haber
remedio para esto:
ni humano
ni divino.

Y me pregunto
si la única
solución
posible
no estará
precisamente ahí,
en seguir cometiéndolos
hasta sus últimas
consecuencias,
en tensar esta locura
hasta más allá del límite,
hasta que desaparezcamos
todos
de la faz de la tierra
en un festín
brutal
de sangre
y semen
de una maldita vez
y para siempre.

 

Iribrren KarmeloNADA, UN ESPEJISMO

Lucía el sol, el aire
estaba limpio,
había descansado
diez horas de un tirón,
el camarero me miró
como si fuese otra persona,
el café no me sentó
como un tiro…

Pero ¿qué estaba pasando?
Miré al fondo, unos tipos
a punto de ser estrangulados
por sus corbatas, de esos
que mueven «kilos»
chasqueando los dedos,
con su sola presencia
se encargaron de poner
las cosas en su sitio.

 

ESTO ES EL ACABÓSE

No queda nada
ya,
ni respeto,
ni valores
morales,
ni nada
-dicen-,

esto es
el acabóse,
esta sociedad
está en estado
terminal
-apostrofan-;

y siguen
invirtiendo
en bolsa.

 

UNOS VIEJOS

Tendrías
que haberlos visto,
ahí,
en el parque,
en el único banco
al sol,
quietos,
como efigies,
observándolo todo,
hasta el más mínimo detalle,
como si fuese irrepetible.

 

ELLA

A veces
dejo de teclear
unos instantes

y pienso
en ella

lenta
pero indetenible

como un glaciar
en la noche.

 

VUELVE A INTENTARLO

Esas mañanas de domingo
en invierno,
a primera hora:

las calles recién regadas,
el aire fresco,
limpio,
el olor a cruasán de las cafeterías,
la locura
de los pájaros…

Como si la vida
te dijese:
mira, aquí me tienes,
vuelve a intentarlo.
Poemas extraídos del libro «Seguro Que Esta Historia Te Suena. Poesía Completa, 1985-2012»

Giacomo Leopardi (1798-1837)

Giacomo Leopardi (1798-1837)

«Os declaro formalmente que no me someto a mi infelicidad ni doblo la cerviz ante el destino ni pacto con él, como hacen muchos de mis semejantes. Tengo la osadía de desear la muerte y desearla por encima de todas las cosas, con tanto ardor y tanta sinceridad, como creo firmemente que pocos la apetecen en el mundo. No os hablaría así si no estuviera perfectamente convencido de que, llegada la hora, los hechos no van a desmentir mis palabras. Porque aunque yo no vea aún el fin de mi vida, tengo en lo profundo de mi alma la impresión, casi la seguridad, de que mi hora no está muy lejana. Estoy demasiado maduro para la muerte. Me parece demasiado absurdo e increíble tener que durar aún cuarenta o cincuenta años (con tantos me puede amenazar la naturaleza) cuando me siento como muerto espiritualmente, y concluida en mí, en todos sus aspectos, la fábula de la vida. Esta sola amenaza me estremece. Pero como nos sucede con todos los males que vencen, por decirlo así, la fuerza de la imaginación, todo esto me parece un sueño y una ilusión imposible de realizar. Es más, si alguien me habla de un porvenir lejano como cosa que me pertenece, no puedo menos que sonreír para mis adentros; tan grande es mi confianza en que el camino que me queda no es largo. Este único pensamiento, puedo decirlo, me sostiene.

Libros y estudios que a veces me sorprendo de haber amado tan intensamente, grandes proyectos y esperanzas de gloria e inmortalidad, son cosas de las cuales he dejado hasta de reírme. De los planes y esperanzas de este siglo no me río: deseo para ellos con toda el alma la mejor ventura. Alabo, admiro y honro sincera y profundamente toda buena voluntad; pero no tengo ninguna envidia a los descendientes ni a los que hayan de vivir largo tiempo. En otros tiempos envidié a los tontos, a los estúpidos, a los que tienen gran concepto de sí mismos. Gustoso me hubiera cambiado por uno de ellos. Hoy ya no envidio ni a los tontos, ni a los sabios, ni a los grandes ni a los pequeños, ni a los débiles, ni a los poderosos. Envidio tan solo a los muertos y únicamente por ellos me cambiaría. Toda imagen placentera, toda idea del porvenir que yo me forjo, que vive en mi soledad y me sirve para pasar el tiempo, se refiere tan solo a la muerte, y no se aleja de ella.

En este deseo, los recuerdos y los sueños de la niñez y el pensamiento de haber vivido inútilmente ya no me perturban, como solían. Si alcanzo la muerte, moriré tan tranquilo y contento como si nunca hubiese esperado y deseado otra cosa en el mundo. He aquí el único beneficio que puedo conciliarme con mi destino. Si me ofreciesen por un lado la fortuna y la gloria de César o de Alejandro Magno, limpias de toda mancha, y por otro morir hoy mismo y tuviese que elegir, diría: ‘¡Morir hoy!’ No quisiera ni tener tiempo para decidirme”.

“Últimas Palabras De Tristán A Un Amigo” («Opúsculos Morales”, 1827)