Hermann Hesse (1877-1962)

Hermann Hesse (1877-1962)

“Hans se quedó callado. Este Heilner era verdaderamente una persona extraña. Un exaltado, un poeta. En muchas ocasiones le había desconcertado. Heilner estudiaba muy poco, como todo el mundo sabía, y sin embargo sabía mucho, daba buenas respuestas, y a la vez despreciaba estos conocimientos.

—Ahí tienes a Homero —exclamó con sarcasmo, señalando el libro que estaba sobre la hierba—. En clase lo leemos como si la ‘Odisea’ fuera un libro de cocina. Dos versos cada hora y luego el estúpido análisis, palabra por palabra, hasta que uno acaba con nauseas. Y al final de la clase te dicen siempre: ‘¡Ya ven ustedes con qué elegancia compone el poeta! ¡Acaban de vislumbrar ustedes el secreto de la creación poética!’ Pero la verdad es que solo nos detenemos en los participios y en los aoristos, en las particularidades gramaticales y en la composición. Para hacerlo de esa manera, no me importa que Homero desaparezca del recuerdo de los hombres. ¿Qué nos importa, en realidad, toda esa monserga griega? Si uno de nosotros quisiera tan sólo intentar vivir un poco a lo griego, le echarían inmediatamente del seminario. ¡Y eso que nuestro aposento se llama ‘Helade’! ¡Un verdadero insulto! i¿Por qué no se llama ‘papelera’, ‘mazmorra» o «tubo del miedo’? Todas esas monsergas clásicas no son más que un embuste.

Escupió al aire.

—¿Has escrito hoy algún verso? —preguntó Hans.
—¡Sí!
—¿Sobre qué?
—Sobre el lago y el otoño.
—Enséñamelos.
—No están terminados.
—¿Y cuando hayas terminado?
—Sí. Entonces sí.

A un tiempo los dos se levantaron y fueron lentamente andando hacia el convento.

—Mira, ¿te has dado cuenta de lo hermoso que es esto? —preguntó Heilner cuando llegaron— Pórticos, ventanales, arcos, refectorios y cruceros góticos y románticos, ricos y valiosos, llenos de arte y de poesía. ¿Y para quién es todo este encanto? Para tres docenas de chicos pobres que quieren llegar a ser curas. Al Estado le sobra.

Hans estuvo meditando toda la tarde sobre Heilner y sus palabras. ¿Qué clase de persona era? Lo que para Hans eran deseos y preocupaciones, no existían siquiera para él. Tenía pensamientos y palabras propias, vivía libre y ardiente, sufriendo extrañas penas, y parecía despreciar todo lo que le rodeaba. Comprendía la belleza de las viejas columnas y los muros vetustos. Y tenía la misteriosa y extraordinaria facultad de reflejar su alma en versos, y de forjarse una vida propia con su sola fantasía. Era inquieto e indómito, y hacía más chistes al día que Hans en un año. A la vez, era melancólico y parecía gozar de su propia tristeza como si fuera una cosa extraordinaria, exótica y valiosa”.

Extracto de la novela «Bajo La Rueda» (1906)

Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870)

Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

«Cuando me lo contaron sentí el frío
de una hoja de acero en las entrañas,
me apoyé contra el muro,
y un instante la conciencia perdí de donde estaba.

Cayó sobre mi espíritu la noche,
en ira y en piedad se anegó el alma,
¡y entonces comprendí por qué se llora!
¡y entonces comprendí por qué se mata!

Pasó la nube de dolor…
con pena logré balbucear breves palabras…
¿Quién me dio la noticia?… Un fiel amigo…
Me hacía un gran favor… Le di las gracias”.

Rima XLI. Extraída de “Rimas, Leyendas y Narraciones”

Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832)

Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832)

«Yo acabé por no escucharle, meciéndome en un mar de sueños, con súbito movimiento, apoyé el cañón de una pistola sobre mi frente, más arriba del ojo derecho. ‘Aparta eso —dijo Alberto, echando mano a la pistola—. ¿Qué quieres hacer?’ ‘No está cargada’, contesté. ‘¿Y qué importa?, ¿Qué quieres hacer?’ —repitió con impaciencia—. ‘No comprendo que haya quien pueda levantarse la tapa de los sesos. Solo pensarlo me horroriza’.

‘¡Oh hombres!’ —exclamé— ‘¿no sabréis hablar de nada sin decir: esto es una locura, eso es razonable, tal cosa es buena, tal otra es mala? ¿Qué significan todos estos juicios? Para emitirlos, ¿habéis profundizado los resortes secretos de una acción? ¿Sabéis distinguir con seguridad las causas que la producen y que lógicamente debían producirla? Si tal ocurriese, no juzgaríais con tanta ligereza’. (…) ‘¡Oh hombres de juicio!’ —exclamé sonriéndome—. ‘¡Pasión! ¡Embriaguez! ¡Demencia! ¡Todo esto es letra muerta para vosotros, impasibles moralistas! Condenáis al borracho y detestáis al loco con la frialdad del que sacrifica, y dais gracias a Dios, como el fariseo, porque no sois ni locos ni borrachos. Más de una vez he estado ebrio, más de una vez me han puesto mis pasiones al borde de la locura, y no lo siento, porque he aprendido que siempre se ha dado el nombre de beodo o insensato a todos los hombres extraordinarios que han hecho algo grande, algo que parecía imposible. Hasta en la vida privada es insoportable ver que de quien piensa dar cima a cualquier acción noble, generosa, inesperada, se dice con frecuencia: ‘¡Está borracho! ¡Está loco!’ ¡Vergüenza para vosotros los que sois sobrios, vergüenza para vosotros los que sois sabios!'».

Extracto de la novela «Las Desventuras Del Joven Werther» (1774)

Percy Bysshe Shelley (1792-1822)

Percy Bysshe Shelley (1792-1822)

 

CANTO FÚNEBRE

“Oh viento que ruges tan fuerte
tristezas que no han de cantarse,
viento salvaje ante el cual las nubes
sombrías redoblan la
noche; tormentas de lágrimas vanas,
bosques desnudos
cuyas ramas se extienden,
hondas grutas y aguas lúgubres,
¡gemid, pues el
mundo se pierde!”

Charles Baudelaire (1821-1867)

Charles Baudelaire (1821-1867)

LA VOZ

«Se encontraba mi cuna junto a la biblioteca,
Babel sombría, donde novela, ciencia, fábula,
todo, ya polvo griego, ya ceniza latina, se mezclaba.

Yo era alto como un infolio.
Y dos voces me hablaban. Una, insidiosa y firme:
‘La Tierra es un pastel colmado de dulzura;
yo puedo (¡y tu placer jamás tendrá ya límite!)
despertarte un apetito de igual tamaño’.
Y la otra: ‘¡Ven! ¡Oh ven a viajar por los sueños,
más allá de lo posible, más allá de lo conocido!’.
Y ésta cantaba como el viento en las arenas,
fantasma quejumbroso, venido de no se sabe dónde,
que acaricia el oído a la vez que lo espanta.
Yo respondí: ‘¡Sí, dulce voz!’.

De entonces data lo que se puede ¡ay! denominar mi llaga
y mi fatalidad. Detrás de los decorados
de la existencia inmensa,
en lo más negro del abismo,
veo distintamente los más extraños mundos y,
víctima extasiada de mi clarividencia,
arrastro conmigo serpientes que me muerden los talones.

Y tras ese momento, igual que los profetas,
con inmensa ternura amo el mar y el desierto.
Desde entonces sonrío en los duelos y lloro en las fiestas,
y encuentro un gusto suave en el vino más amargo;
tomo muy a menudo los hechos por mentiras,
y, por mirar al cielo caigo en pozos profundos.
Más la voz me consuela, diciendo: ‘Conserva tus sueños;
¡los cuerdos no los tienen tan bellos como los locos!”.

Charles Baudelaire – “La Voz” (“Las Flores Del Mal”, 1857)