Hubert Selby, Jr. (1928-2004)

“Se repantingaron por la barra y en las sillas. Otra noche. Otro coñazo de noche en El Griego, un miserable restaurante abierto toda la noche cerca del cuartel de Brooklyn. De vez en cuando entraba un sorchi o un marinero a por una hamburguesa y ponía el jukebox. Pero normalmente ponían jodidos discos de country de lo más rústico. Trataban de convencer al Griego de que quitara esos discos, pero él siempre decía que no. Ellos son los que se gastan la pasta. Vosotros os pasáis toda la noche aquí y no tomáis nada. ¿Estás quedándote con nosotros, Alex? Con el dinero que nos dejamos aquí te podrías jubilar. Eso lo dices tú. No me llega ni para el autobús…

Veinticuatro discos en el jukebox. Habría unos doce que les gustaban, pero los otros eran para los clientes del cuartel. Si alguien ponía un disco de Lefty Fritzel o de cualquier otro mierdoso por el estilo, protestaban, hacían gestos con las manos(tío, ¡hay que joderse con el cateto de mierda!) y salían a la calle. Había dos tipos metiendo monedas, así que se quedaron apoyados en las farolas y el parachoques. Una noche cálida y clara, y andaban haciendo círculos. Arrastraban los pies y movían la cadera en un plan de lo más moderno, con el pitillo colgando de la boca, el cuello de la camisa levantado por detrás y caído por delante. Mirando de reojo. Escupiendo por el colmillo. Viendo pasar los coches. Identificándolos. Marca. Modelo. Año. Caballos. V-8. Seis, ocho, cien cilindros. Un montón de caballos. Un montón de cromados. Luces traseras rojas y ámbar. ¿Has visto las luces del nuevo Pontiac? Tío, algo cojonudo. Sí, pero una mierda de aceleración. Tiene menos aceleración que el Plymouth. Mierda. No se agarra a la carretera como el Buick. Con el Roadmaster, en ciudad, despistas a cualquier coche de la pasma. Si sales disparado. Pisas a fondo. Tomas bien las curvas. Despistas a la pasma. Doble carburador. Cambio automático. No los podrías despistar. Se te echarían encima antes de llegar a la manzana siguiente. Con el nuevo 88, no lo creo. Pisas el acelerador y te quedas clavado al respaldo. Un coche cojonudo. No robaría ninguno que no fuese ése. El mejor acabado. Silencioso como el Pontiac. Si compraseun coche, le pondría protectores de goma en el parachoques, faros antiniebla, tapacubos de Cadillac, y una antena grandísima detrás… Mierda, en carretera es lo mejor. No tienes ni puta idea. No hay quien le tosa al Continental del 47 descapotable. Es lo último. Vimos uno el otro día. Vaya tarde. ¡¡¡Joder, tío!!!

Los cantantes de mierda seguían lloriqueando dentro y ellos hablaban y paseaban, arreglándose la camisa y el pantalón, tirando colillas al suelo… Tenías que haberlo visto. Verde con las puertas blancas. Andas por ahí en un coche así con la capota bajada y gafas de sol y una chaqueta chula y tienes que espantar a las titis con un palo –escupiendo después de cada palabra, apuntando a las grietas de la acera; alisándose el pelo suavemente con la mano, y ahuecando el tupé con cuidado para que se manutuviese en su sitio…- Tendrías que ver qué camisas tan fardonas tienen en Obies. Y unas gabardinas auténticas , de puta madre. Oye, ¿te has fijado en aquella chupa de cuero azul del escaparate? Sí, claro. ¿Y en la chaqueta con un solo botón y solapas muy grandes?, ¿Qué se puede hacer en una noche como esta? El depósito casi vacío y sin pasta para llenarlo. Y en cualquier caso ¿adónde ir?… Pero hay que tener una chaqueta de un solo botón. Tu guardarropa no estará completo si no tienes una. Sí, pero fíjate en ese chaleco. Queda fardón de verdad hasta como chaqueta deportiva –la conversación seguía y nadie se daba cuenta de que los mismos tipos repetían las mismas cosas y que uno había encontrado un sastre que hacía pantalones increíbles por catorce pavos-; ¿y qué me dices de los amortiguadores del Lincoln?… Y miraban los coches que pasaban y se ponían en plan duro y escupían al suelo; y quién se tiró a ésta y quién a aquella otra; y uno sacó un cepillo del bolsillo y limpió sus zapatos de gamuza. Luego se frotó las manos y se arregló la ropa y otro lanzó una moneda al aire, y cuando la moneda cayó, un pie se posó encima antes de que quien la había lanzado tuviera tiempo de cogerla. Y el chaval tuvo que levantar el pie porque le despeinaron y dijo joder y se volvió a peinar y cuando volvió a tener el pelo otras vez en su sitio, volvieron a despeinarle y se puso hecho una fiera y los otros chicos se rieron y se despeinaron unos a otros y empezaron a empujarse…”

Primeras páginas de la novela “Última Salida Para Brooklyn” (1964)

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