“En Times Square subimos a un taxi y empezamos a recorrer calles. Mary daba las direcciones y, de vez en cuando, chillaba: ‘¡Pare!’, y saltaba fuera, con la cabellera pelirroja al viento, para ir a ver a alguien. Enseguida volvía diciendo: `El camello estaba aquí hace diez minutos, pero se acaba de marchar. Ese tío tiene, pero no hay forma de que suelte nada’. Otras veces decía: `El contacto no volverá en toda la noche. Vive en el Bronx. Paremos aquí un momento. Quizá pueda encontrar a alguien en Kellog’s’. Finalmente: `Parece que nadie está en su sitio. Ya es un poco tarde para conseguir nada. Vamos a comprar unos tubos de bencedrina y después a Ronnie’s. Tienen discos antiguos en el jukebox. Podemos tomar café y colocarnos con bencedrina’. Ronnie’s era un bar cerca de la calle 52 y la Sexta Avenida, donde solía haber músicos tomando pollo frito y café a partir de la una de la madrugada. Nos sentamos y pedimos café. Mary abrió con manos expertas un tubo, sacó el papel doblado, lo rompió en tiras y me pasó tres.
-Tómalas con el café.
El papel despedía un mareante olor a mentol. Algunos de los que estaban alrededor olfatearon y sonrieron. Tuve nauseas al tragar, pero logré engullirlo. Mary puso unos cuantos discos viejos en el jukebox y llevaba el ritmo tamborileando con los dedos sobre la mesa; tenía una expresión extática, como la de un mongólico masturbándose.
Empecé a hablar muy deprisa. Tenía la boca seca y la saliva espesa y pegajosa, y la soltaba en forma de bolas blancas -`escupir algodón’ se llama a eso-. Íbamos caminando por Times Square…”.
Extracto de la novela “Yonqui” (1953)