“Una vieja palabra, usada, desgastada y manoseada, palabra alcahueta, con la que hacen gorgoritos retóricos los oradores, por la que se mata y la que se muere, por la que se encarcela y se fusila, palabra antifaz, máscara, venda, mil veces profanada y que parece no significar ya nada concreto y ser solo mero sonido, humo, mentira. Pero esta palabra resiste y sobrevive a los usos perversos de la retórica, de la política y del poder. En ella muchos nos reconocemos. (…) La libertad provoca y mantiene amores tan sin doblez y fidelidades tan enteras porque es algo más que una idea o una noción, algo más que una cosa o un bien que se da y se recibe y que está fatalmente condenado a la afrenta de la vejez y la degradación de la muerte. Las ideas nacen y mueren pero la libertad permanece. Y esta perenne vitalidad le viene de ser algo más antiguo que todas la ideas y los valores. La libertad es la condición misma de nuestro ser y la fuente de todas nuestras obras. Inseparable del hombre, su ser se confunde con el nuestro. Es nuestra creadora, nuestra creación y el horizonte en donde se despliegan nuestras creaciones. (…) La libertad es una creación y una conquista. Creación y conquista: no de esto o aquello, y menos que nada de nuestros semejantes, sino de nosotros mismos. El ejercicio de la libertad es siempre una conquista de los territorios incógnitos del ser. Mientras aquel que ejerce el poder sobre sus semejantes quiere apropiarse del ser de los otros y así ser más, el hombre realmente libre quiere más ser.”
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