“Quiso enterarse de si tenía una amante, una atadura cualquiera que le impidiese acercarse a ella, que explicara su extraña conducta. Si se enteraba sufriría mucho, pero al menos sabría la verdad, y tal vez podía esperar que con algo de tiempo su belleza acabara imponiéndose. Salió de casa decidida a preguntar enseguida, pero luego, dominada por el miedo, no se atrevía. En el último momento, lo que la impulsó a hacerlo no fue tanto el deseo de saber la verdad como la urgencia de hablar de Lepré a los demás y el encanto triste de evocarlo en vano por todas partes cuando él no estaba. Tras la cena, dijo a dos hombres que estaban cerca de ella y que hablaban de todo con bastante libertad:
-Díganme, ¿conocen bien a Lepré?
-Le vemos todos los días desde siempre, pero no somos muy amigos.
-¿Es un tipo encantador?
-Sí, es un tipo encantador.
-Bueno, tal vez puedan decirme… no se crean obligados a hablar bien de él, pues se trata de algo realmente importante para mí. Hay una joven a la que quiero con todo mi corazón y que tiene cierta inclinación hacia él. ¿Es alguien con quien una podría casarse sin temor?
Por un instante sus dos interlocutores parecieron incómodos.
-No, es algo imposible.
Muy valiente, Madeleine continuó para terminar cuanto antes:
-¿Acaso tiene una relación desde hace mucho?
-No, pero de todos modos es imposible.
-Díganme de qué se trata, díganmelo, se lo ruego.
-No.
-Pero bueno, al fin y al cabo es mejor que lo sepa, o podría imaginar algo peor o algo ridículo.
-Bueno, es lo siguiente, y creo que diciéndolo no le hacemos ningún daño a Lepré; para empezar, usted no se lo dirá a nadie; además, todo París lo sabe y en cuanto al matrimonio Lepré es demasiado honesto y respetuoso para planteárselo. Es un tipo encantador, pero tiene un vicio. Le gustan las mujeres inmundas que se recogen del fango, y le gustan con locura; a veces pasa la noche en las afueras o en los bulevares de la periferia, arriesgándose a que le maten un día, y no solo le gustan con locura, sino que además solo le gustan ellas. La mujer más encantadora de alta sociedad o la joven más ideal le resultan completamente indiferentes. Ni siquiera es capaz de fijarse en ellas. Sus placeres, sus preocupaciones y su vida están en otra parte. Los que no le conocían bien decían en otros tiempos que, dado su carácter exquisito, un gran amor podría apartarle de su vicio. Pero para ello haría falta que fuera capaz de sentirlo, y es incapaz. Su padre ya era así, y la única razón por la que no sucederá lo mismo con sus hijos es que no los tendrá”.
Extracto del relato “El Indiferente”