«No amé al mundo, ni el mundo me quiso a mí. No adulé sus jerarquías, ni incliné paciente rodilla a sus idolatrías.
No he forzado sonrisas en mis mejillas, ni gritado adorando un eco; entre la multitud no me contaron como uno más. Estaba con ellos, pero no era de ellos.
Estuve y estaré solo, recordado u olvidado».
«Childe Harold», Canto III, CXIII.