“Cuando hubo acabado su relato, levantó de golpe la cabeza y miró orgullosamente a los generales prusianos. El coronel, que se retorcía el bigote, le preguntó:
‘¿No tiene usted nada más que decir?
-No, nada más; la cuenta es redonda, maté a dieciséis, ni uno más ni uno menos.
-¿Sabe usted que va a morir?
-No les he pedido gracia.
-¿Ha sido usted soldado?
-Sí. Hice una campaña, hace tiempo. Y además, ustedes mataron a mi padre, que era soldado del primer Emperador. Sin contar con que han matado a mi hijo el pequeño, François, el mes pasado, cerca de Evreux. Les debía algo, ya lo he pagado, estamos en paz’.
Los oficiales se miraban. El viejo prosiguió:
‘Ocho por mi padre, ocho por mi hijo, estamos en paz. Lo que es yo, no he querido buscarles pelea. ¡No los conozco de nada! Sé solamente de dónde vienen. Y aquí están en mi casa, mandando como si estuvieran en la suya. Me he vengado por los otros y no me arrepiento de nada’. E, irguiendo su torso anquilosado, el viejo cruzó los brazos en una actitud de humilde héroe.
Los prusianos hablaron mucho tiempo en voz baja. Un capitán, que también había perdido a su hijo el mes anterior, defendía a aquél magnánimo pordiosero. Entonces el coronel se levantó y, acercándose al viejo Milón dijo:
‘Escuche, abuelo, quizás haya un medio de salvarle la vida, y es…’
Pero el hombrecillo no lo escuchaba y con los ojos clavados en el oficial vencedor, mientras el viento agitaba el vello de su cráneo, hizo una mueca espantosa que crispó su flaco rostro surcado por la cuchillada, e, hinchando el pecho, le escupió en la cara al prusiano, con todas sus fuerzas.
El coronel, enloquecido, alzó la mano, y el hombre, por segunda vez, le escupió a la cara. Todos los oficiales se habían levantado y gritaban órdenes al mismo tiempo. En menos de un minuto, el hombrecillo, siempre impasible, fue adosado al muro y fusilado, mientras lanzaba sonrisas a Jean, su hijo mayor, a su nuera y a los dos chiquillos, que miraban, trastornados”.
Fragmento del relato “El Viejo Milón” (1883)