Christiane F. (1962)

«Detlef, pues, estaba tan decidido a empezar la cura como yo. Parecía contento de que las cosas hubieran sucedido de ese modo. No teníamos la menor idea, como tampoco la tenían nuestros padres, de que es una auténtica locura que dos drogadictos amigos intenten dejar la droga conjuntamente. Uno u otro acaban por arrastrar al compañero y terminan inyectándose de nuevo. Es posible que lo hubiéramos oído decir a alguien, pero nos hacíamos ilusiones y creíamos que con nosotros no regían las mismas leyes que con los otros yonkis. Por otra parte no podíamos ni pensar en hacer algo importante por separado.

A la mañana pudimos mantenernos a flote con las píldoras que nos había dado el padre de Detlef. Nos pusimos a hablar de nuestro futuro, y a pintárnoslo de color de rosa una vez que hubiéramos dejado la droga. Nos prometimos mutuamente ser valientes hasta el límite en los próximos días. Pese a que comenzaron los dolores, nos sentíamos todavía muy dichosos.

Por la tarde las cosas se pusieron mucho más difíciles. Tomábamos píldora tras píldora y bebíamos vino sin cesar. Pero nada nos ayudaba. De pronto perdí el control de mis piernas, y una enorme presión me atenazó la articulación de la rodilla. Me tumbé en el suelo y estiré las piernas a todo lo largo. Traté de tensar y distender los músculos, pero no podía controlarlos. Apreté las piernas contras el armario, apoyándome con fuerza sobre las plantas de los pies para poder conservar los pegados al armario.

"Yo, Cristina F."

Portada de la edición española del libro (Círculo de Lectores, 1980)

Estaba empapada de un sudor helado. Tiritaba de frío y ese frío sudor me corría por el rostro y se me metía en los ojos. El sudor apestaba como si fuera de un animal sucio. Pensé que era el repugnante veneno que salía de mi cuerpo. Me sentía como si estuviera sometida a un auténtico exorcismo para arrojar a un demonio de mi cuerpo.

Detlef aún estaba peor que yo. Era víctima de convulsiones. Temblaba de frío y sin embargo se despojó de su jersey. Se sentó en la silla de mi cuarto junto a la ventana sus piernas se movían constantemente, como si corriera sentado. Con movimientos agitado
s, aquellas piernas delgadas como alambres iban de un lado para otro. Se quejaba en vos baja y no cesaba de limpiarse el sudor del rostro. Aquello era algo más que un temblor. Se encogía sobre sí mismo y no dejaba de gritar. Tenía espasmos en el estómago.

Detlef olía aún peor que yo. Mi pequeño dormitorio estaba inundado del apestoso olor de nuestros cuerpos. Recordé haber oído decir que si dos drogadictos se someten juntos a una cura de desintoxicación, su amistad queda destruida para siempre. Pensé que yo continuaba queriendo todavía a Detlef a pesar de ese mal olor que salía de todos los poros de su cuerpo.

Detlef se levantó y, no sé cómo, pudo llegar hasta el espejo que colgaba de una pared de mi cuarto.

-!No puedo resistirlo más! -exclamó-. No, no, sé que no podré resistirlo.

Yo, Cristina F." (Ulrich Edel, 1981)

Fotograma de la película «Yo, Cristina F.» (Ulrich Edel, 1981)

No pude responderle nada. Me faltaban fuerzas para darle ánimos. Apenas las tenía para tratar de no pensar como el. Quise concentrarme en la maldita novela de terror que estaba leyendo, hojeé un periódico y con mi nerviosismo acabé por desgarrarlo. Tenía la boca y la garganta totalmente secas, pese a que la boca estaba llena de saliva. No pude tragarla y comencé a toser. Mientras más espasmódicamente trataba de tragarme esa saliva, más violenta se hacía mi tos, que pronto se volvió en continuada y me hizo devolver. Lo hice encima de la alfombra. Era una espuma blanca. Como mi cachorro dogo cada vez que comí hierba, pensé. La tos y las náuseas no cesaban.

"Yo, Cristina F."

Póster de la película «Yo, Cristina F.» (Ulrich Edel, 1981)

Mi madre pasó la mayor parte del tiempo en el cuarto de estar. Las veces que entraba a vernos no sabía qué hacer. Iba una y otra vez al supermercado para adquirir cosas que no podíamos tragar. En una ocasión me trajo caramelos de malta que, realmente, nos aliviaron. Cesó la tos. Mi madre limpió nuestros vómitos. Estaba extremadamente cariñosa y amable con nosotros. Y yo ni siquiera podía darle las gracias.

Las píldoras y el vino comenzaron a hacer efecto. Me había tomado Valium 10, dos Mandrax y, además, me bebí casi una botella de vino. Con todo eso, una persona normal se hubiera pasado durmiendo dos días seguidos. Pero mi cuerpo estaba tan envenenado por la droga que apenas reaccionó ante este nuevo veneno. No obstante, me sentí un poco más tranquila y me eché en la cama. Junto a ella habíamos colocado un catre en el que se acostó Detlef. No nos tocamos. Cada uno tenía bastante con ocuparse de sí mismo. Yo me sentía invadida por una semisoñolencia. Dormía y, al mismo tiempo, notaba los terribles dolores. Soñaba y reflexionaba. Sueños y pensamientos se mezclaban y se confundían entre sí. Pensaba que todo el mundo, principalmente mi madre, podía ver en mi interior, que podía leer mis tétricos y sucios pensamientos. Que podía ver qué repugnante basura estaba hecha. Odiaba mi cuerpo. Me hubiera sentido satisfecha de que se me muriera para librarme de él.

Fotograma de la película "Yo, Cristina F." (Ulrich Edel, 1981)

Fotograma de la película «Yo, Cristina F.» (Ulrich Edel, 1981)

Por la noche me tomé unas cuantas pastillas más. Hubieran bastado para acabar con una persona normal. A mí, únicamente me  hicieron dormir durante algunas horas. Me desperté después de haber soñado que era un perro que siempre estuvo bien tratado por sus dueños y que de pronto se veía encerrado en una perrera y atormentado hasta la muerte. Detlef hizo un violento movimiento con el brazo y me golpeó sin querer. La luz estaba encendida. Junto a mi cama había una jofaina llena de agua y una toalla que mi madre había dejado. Me limpié el sudor de la cara. El cuerpo de Detlef se movía sin cesar, pese a que parecía dormir profundamente. Se agitaba de un lado a otro, las piernas no cesaban de patalear y en ocasiones se golpeaba con los brazos.

Fotograma de la película "Yo, Cristina F." (Ulrich Edel, 1981)

Fotograma de la película «Yo, Cristina F.» (Ulrich Edel, 1981)

Yo me encontraba mejor. Tuve fuerzas suficientes para limpiar la frente de Detlef con una toalla. Él no pareció notarlo. Supe en esos instantes que lo seguía amando con locura…».

Extracto del libro «Christiane F. Hijos De La Droga» (Kai Hermann, Horst Rieck & Vera Christiane Felscherinow, 1979)

2 Comentarios

  1. Anonymous

    Hace un par de días vi la película, pero al leer este extracto me doy cuenta que la crudeza que percibí en la película no se compara en nada con este extracto del libro, pude entrar en la mente de Christiane por un par de minutos.
    Sin lugar a dudas es una historia de drogas que se sigue repitiendo de generación en generación sin importar que estos relatos de difundan.

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  2. Anonymous

    El esos tiempos el proyecto hombre,cobraba 200 o300 mil pesetas al mes por tener un enfermo con el mono en una jaula si una jaula y tenian que dejar asta el tabaco y en esa situacion se aprobechaban para hacerlos cristianos devotos… Ya esta bien de tanto neofito consentido.asociacion madres de la droga..!!todo el mundo a vivido de las desgracias de nuestros hijos..sobre todo el gobierno.y sus incompetentes istituciones.la peor droga de todas es la innorancia prepotente de nuestros politicos. Y espertos que no diferencian un pico de un porro.en esos años yo tenia 14años y en la pandilla comentabamos como curar alos yonkis tal como se hace ahora 30y picos años depues. Govierno atrasao mental!!

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