«No amé al mundo, ni el mundo me quiso a mí. No adulé sus jerarquías, ni incliné paciente rodilla a sus idolatrías.
No he forzado sonrisas en mis mejillas, ni gritado adorando un eco; entre la multitud no me contaron como uno más. Estaba con ellos, pero no era de ellos.
«La vida no la gobiernan ni la voluntad ni la intención. La vida es una cuestión de nervios, de fibras y de células lentamente elaboradas en las que se esconde el pensamiento y donde la pasión tiene sus sueños. Quizá te imagines que estás a salvo y te crees fuerte. Pero un matiz causal de color en una habitación o en el cielo de la mañana, o un perfume particular que una vez te gustó y que te trae sutiles recuerdos, un verso de un poema olvidado con el que de nuevo tropiezas, una cadencia de una obra musical que hayas dejado de tocar… Te digo, Dorian, que es de cosas como esas de las que
dependen nuestras vidas».
Fragmento de la novela “El Retrato de Dorian Gray” (1890)
«Después llegó la hora de los hombres y yo hice la guerra como los demás hombres.
En los tiempos en los que estaba en la artillería al mando de mi batería en el frente norte, una noche en que la mirada de las estrellas en el cielo palpitaba como la mirada de un recién nacido, mil fogonazos salidos de la trinchera contraria despertaron de pronto los cañones enemigos, lo recuerdo como si fuera ayer.
Yo oía los disparos pero no las explosiones (…) Apagan las estrellas a golpe de cañón, las estrellas morían en el bello cielo de otoño como se apaga la memoria en el cerebro de esos pobres viejos que intentan recordar.
Nosotros moríamos allí la muerte de las estrellas.
Y en el frente tenebroso con sus lívidas luces solo podíamos decir desesperados: Han asesinado incluso las constelaciones”.
Fragmento de la obra de teatro «Las Tetas de Tiresias» (1917)
“Con tanto árbol en la ciudad, uno veía acercarse la primavera de un día a otro, hasta que después de una noche de viento cálido venía una mañana en que ya la teníamos allí. A veces, las espesas lluvias frías la echaban otra vez y parecía que nunca iba a volver, y que uno perdía una estación de la vida. Eran los únicos períodos de verdadera tristeza en París, porque eran contra naturaleza. Ya se sabía que el otoño tenía que ser triste. Cada año se le iba a uno parte de sí mismo con las hojas que caían de los árboles, a medida que las ramas se quedaban desnudas frente al viento y a la luz fría del invierno. Pero siempre pensaba uno que la primavera volvería, igual que sabía uno que fluiría otra vez el río aunque se helara. En cambio, cuando las lluvias persistían y mataban la primavera, era como si una persona joven muriera sin razón. En aquellos días, de todos modos, al fin volvía siempre la primavera, pero era aterrador que por poco nos fallara”.
Fragmento de la novela “París Era Una Fiesta”, publicada póstumamente en (1964)
“Por encima de estanques, por encima de valles, de montañas y bosques, de mares y de nubes, más allá de los soles, más allá de los éteres, más allá del confín de estrelladas esferas,
Espíritu mío, te mueves con agilidad y, como un buen nadador que se deja llevar por las olas, surcas alegremente la inmensidad profunda con un gozo indecible y potente.
Vuela bien lejos de estos mórbidos miasmas; sube a purificarte en el aire superior y bebe, como un puro y divino licor, la luz clara que inunda los espacios limpios.
Por encima de los hastíos y los grandes pesares que abruman con su peso la neblinosa existencia, ¡feliz aquel que puede con alas vigorosas lanzarse hacia los campos luminosos y serenos!
Aquel cuyas ideas, cual si fueran alondras, emprenden libre vuelo por la mañana hacia los cielos ¡que planea sobre todo, y entiende sin esfuerzo, el lenguaje de las flores y de las cosas mudas!”
Charles Baudelaire – «Elevación» («La Flores Del Mal», 1857)