Julio Cortázar (1914-1984)

Julio Cortázar (1914-1984)

«Lo que mucha gente llama amar consiste en elegir a una mujer y casarse con ella. La eligen, te lo juro, los he visto. Como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio. Vos dirás que la eligen porque-la-aman, yo creo que es al revés. A Beatriz no se la elige, a Julieta no se la elige. Vos no elegís la lluvia que te va a calar hasta los huesos cuando salís de un concierto».

Fragmento de la novela «Rayuela» (1963)

Thomas Mann (1875-1955)

Thomas Mann (1875-1955)

«Apoyando un brazo en la barandilla, Aschenbach se dedicó a observar a la multitud ociosa, congregada en el muelle deseosa de ver la salida del barco y los pasajeros de abordo. Los de segunda clase, hombres y mujeres, se habían instalado en la cubierta de proa, utilizando cajas y fardos como asientos. Un grupo de jóvenes integraban el pasaje de primera: al parecer, dependientes de comercio en Pola que, en un rapto de entusiasmo, se habían unido para hacer un viaje a Italia. Se les veía muy satisfechos de sí mismos y de su empresa: charlaban o reían, complaciéndose en sus propios gestos y ocurrencias, e inclinándose por la borda se burlaban a gritos de las gentes que, cartera bajo el brazo, entraban en los establecimientos de la calle del puerto, amenazando con sus bastones a los ruidosos excursionistas. Uno de éstos, vestido con un traje estival de última moda, color amarillo claro, corbata roja y un panamá con el ala audazmente levantada, destacaba entre todos por su voz chillona y excelente humor.

Pero apenas Aschenbach lo hubo observado con más detenimiento, se percató, no sin espanto, de que se trataba de un falso joven. Era un hombre viejo, no cabía la menor duda. Hondas arrugas le cercaban los ojos y boca. El opaco carmín de sus mejillas era maquillaje; el cabello castaño que se asomaba por debajo del panamá con cinta de colores, era una peluca; la piel del cuello colgaba fláccida y tendinosa; el bigotito retorcido y la perilla se los había teñido; la dentadura amarillenta, que enseñaba al reírse, era postiza, además de barata, y sus manos, cuyos índices lucían anillos con camafeos, eran manos de anciano. Aschenbach se estremeció viéndolo alternar con aquellos muchachos. ¿No sabían, no advertían acaso que era viejo y no tenía derecho a llevar su abigarrada indumentaria de dandy ni a hacerse pasar por uno de ellos? Pero lo cierto es que, con toda naturalidad y como por costumbre, según parecía, lo toleraban en su grupo y lo trataban como a un igual, devolviéndole sin repugnancia las palmadas afectuosas que les daba en el hombro. ¿Cómo era posible algo así?

Aschenbach se cubrió la frente con la mano y cerró los ojos, irritados por la falta de sueño. Tuvo la impresión de que las cosas no iban del todo como era de esperarse, de que algo parecido a un extrañamiento onírico empezaba a adueñarse del entorno, una derivación del mundo hacia lo insólito que quizás él pudiera contrarrestar si ocultaba un momento el rostro entre las manos y volvía a mirar luego alrededor. Pero en ese mismo instante tuvo la sensación de estar flotando y, movido por un miedo irracional, abrió los ojos y advirtió que la pesada y sombría mole del barco se desprendía de las paredes del muelle. Pulgada a pulgada, gracias al movimiento alternante de las máquinas que avanzaban y retrocedían, fue ensanchándose la cinta de agua sucia y tornasolada que separa el muelle del casco de la nave, y, tras efectuar una serie de lentísimas maniobras, el vapor puso proa hacia alta mar».

Extracto de la novela «La Muerte En Venecia» (1914)

Francisco de Quevedo (1580-1645)

Francisco de Quevedo (1580-1645)

ES HIELO ABRASADOR

«Es hielo abrasador, es fuego helado,
es herida que duele y no se siente,
es un soñado bien, un mal presente,
es un breve descanso muy cansado;

Es un descuido que nos da cuidado,
un cobarde con nombre de valiente,
un andar solitario entre la gente,
un amar solamente ser amado;

Es una libertad encarcelada,
que dura hasta el postrero paroxismo;
enfermedad que crece si es curada.
Éste es el niño Amor, éste es su abismo.
¡Mirad cuál amistad tendrá con nada
el que en todo es contrario de sí mismo!”

Hermann Hesse (1877-1962)

Hermann Hesse (1877-1962)

“Hans se quedó callado. Este Heilner era verdaderamente una persona extraña. Un exaltado, un poeta. En muchas ocasiones le había desconcertado. Heilner estudiaba muy poco, como todo el mundo sabía, y sin embargo sabía mucho, daba buenas respuestas, y a la vez despreciaba estos conocimientos.

—Ahí tienes a Homero —exclamó con sarcasmo, señalando el libro que estaba sobre la hierba—. En clase lo leemos como si la ‘Odisea’ fuera un libro de cocina. Dos versos cada hora y luego el estúpido análisis, palabra por palabra, hasta que uno acaba con nauseas. Y al final de la clase te dicen siempre: ‘¡Ya ven ustedes con qué elegancia compone el poeta! ¡Acaban de vislumbrar ustedes el secreto de la creación poética!’ Pero la verdad es que solo nos detenemos en los participios y en los aoristos, en las particularidades gramaticales y en la composición. Para hacerlo de esa manera, no me importa que Homero desaparezca del recuerdo de los hombres. ¿Qué nos importa, en realidad, toda esa monserga griega? Si uno de nosotros quisiera tan sólo intentar vivir un poco a lo griego, le echarían inmediatamente del seminario. ¡Y eso que nuestro aposento se llama ‘Helade’! ¡Un verdadero insulto! i¿Por qué no se llama ‘papelera’, ‘mazmorra» o «tubo del miedo’? Todas esas monsergas clásicas no son más que un embuste.

Escupió al aire.

—¿Has escrito hoy algún verso? —preguntó Hans.
—¡Sí!
—¿Sobre qué?
—Sobre el lago y el otoño.
—Enséñamelos.
—No están terminados.
—¿Y cuando hayas terminado?
—Sí. Entonces sí.

A un tiempo los dos se levantaron y fueron lentamente andando hacia el convento.

—Mira, ¿te has dado cuenta de lo hermoso que es esto? —preguntó Heilner cuando llegaron— Pórticos, ventanales, arcos, refectorios y cruceros góticos y románticos, ricos y valiosos, llenos de arte y de poesía. ¿Y para quién es todo este encanto? Para tres docenas de chicos pobres que quieren llegar a ser curas. Al Estado le sobra.

Hans estuvo meditando toda la tarde sobre Heilner y sus palabras. ¿Qué clase de persona era? Lo que para Hans eran deseos y preocupaciones, no existían siquiera para él. Tenía pensamientos y palabras propias, vivía libre y ardiente, sufriendo extrañas penas, y parecía despreciar todo lo que le rodeaba. Comprendía la belleza de las viejas columnas y los muros vetustos. Y tenía la misteriosa y extraordinaria facultad de reflejar su alma en versos, y de forjarse una vida propia con su sola fantasía. Era inquieto e indómito, y hacía más chistes al día que Hans en un año. A la vez, era melancólico y parecía gozar de su propia tristeza como si fuera una cosa extraordinaria, exótica y valiosa”.

Extracto de la novela «Bajo La Rueda» (1906)

Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870)

Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

«Cuando me lo contaron sentí el frío
de una hoja de acero en las entrañas,
me apoyé contra el muro,
y un instante la conciencia perdí de donde estaba.

Cayó sobre mi espíritu la noche,
en ira y en piedad se anegó el alma,
¡y entonces comprendí por qué se llora!
¡y entonces comprendí por qué se mata!

Pasó la nube de dolor…
con pena logré balbucear breves palabras…
¿Quién me dio la noticia?… Un fiel amigo…
Me hacía un gran favor… Le di las gracias”.

Rima XLI. Extraída de “Rimas, Leyendas y Narraciones”

Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832)

Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832)

«Yo acabé por no escucharle, meciéndome en un mar de sueños, con súbito movimiento, apoyé el cañón de una pistola sobre mi frente, más arriba del ojo derecho. ‘Aparta eso —dijo Alberto, echando mano a la pistola—. ¿Qué quieres hacer?’ ‘No está cargada’, contesté. ‘¿Y qué importa?, ¿Qué quieres hacer?’ —repitió con impaciencia—. ‘No comprendo que haya quien pueda levantarse la tapa de los sesos. Solo pensarlo me horroriza’.

‘¡Oh hombres!’ —exclamé— ‘¿no sabréis hablar de nada sin decir: esto es una locura, eso es razonable, tal cosa es buena, tal otra es mala? ¿Qué significan todos estos juicios? Para emitirlos, ¿habéis profundizado los resortes secretos de una acción? ¿Sabéis distinguir con seguridad las causas que la producen y que lógicamente debían producirla? Si tal ocurriese, no juzgaríais con tanta ligereza’. (…) ‘¡Oh hombres de juicio!’ —exclamé sonriéndome—. ‘¡Pasión! ¡Embriaguez! ¡Demencia! ¡Todo esto es letra muerta para vosotros, impasibles moralistas! Condenáis al borracho y detestáis al loco con la frialdad del que sacrifica, y dais gracias a Dios, como el fariseo, porque no sois ni locos ni borrachos. Más de una vez he estado ebrio, más de una vez me han puesto mis pasiones al borde de la locura, y no lo siento, porque he aprendido que siempre se ha dado el nombre de beodo o insensato a todos los hombres extraordinarios que han hecho algo grande, algo que parecía imposible. Hasta en la vida privada es insoportable ver que de quien piensa dar cima a cualquier acción noble, generosa, inesperada, se dice con frecuencia: ‘¡Está borracho! ¡Está loco!’ ¡Vergüenza para vosotros los que sois sobrios, vergüenza para vosotros los que sois sabios!'».

Extracto de la novela «Las Desventuras Del Joven Werther» (1774)