«La realidad, sin imaginación, es la mitad de realidad».
-«La libertad es un fantasma. Esto lo he pensado seriamente y lo creo desde siempre. Es un fantasma de niebla. El hombre lo persigue, cree atraparlo, y solo le queda un poco de niebla entre las manos».
-«De mis obsesiones no me preocupo. ¿Por qué crece la hierba en el jardín? Porque está abonado para eso».
-«Me parecen muy atractivos unos muslos por los que chorrea algo viscoso, porque la piel se hace más cercana, parece que no solo estamos viéndola, sino además tocándola».
-«Dadme dos horas de actividad al día y me pasaré las veintidós restantes soñando».
-«El sueño es indirigible. No se ha descubierto su secreto. Ojalá pudiera yo orientar mis sueños según mis deseos. Entonces… no me despertaría nunca».
-«El surrealismo no era para mí una estética, un movimiento de vanguardia más, sino algo que comprometía mi vida en una dirección espiritual y moral. No pueden ustedes imaginarse la lealtad que exigía el surrealismo en todos los aspectos».
-«No nos importaba si el cine era arte o no. Eso sí, nos gustaban el humor y la poesía que encontrábamos en él».
-«Dejé de ser religioso en la adolescencia. pero, ¿creen ustedes que no tengo todavía en mi forma de pensar muchos elementos de mi formación cristiana? Entre otras muchas cosas, una ceremonia en honor de la Virgen, con las novicias con sus hábitos blancos y su aspecto de pureza, puede conmoverme profundamente».
-«De todos los seres humanos que he conocido, Federico (García Lorca) fue el mejor. No me refiero a sus obras de teatro ni a su poesía, sino a él como persona. Él era su obra maestra».
-«Los niños y los enanos han sido los mejores actores de mis películas».
-«Dalí me dijo: ‘Yo anoche soñé con hormigas que pululaban en mi mano’. Y yo: ‘Hombre, pues yo he soñado que le cortaba el ojo a alguien’. En seis días escribimos el guión. Estábamos tan identificados que no había discusión».
-«Yo no creo en el progreso social. Solo puedo creer en unos pocos individuos excepcionales de buena fe aunque fracasen, como Nazarín».
-«El misterio es el elemento clave en toda obra de arte».
-«Se proyectaba ‘Un Perro Andaluz’ y yo manejaba el gramófono. Arbitrariamente ponía aquí un tango argentino, allá ‘Tristán e Isolda’. Al terminar me proponía hacer una demostración surrealista, tirándole piedras al al público. Me desarmaron los aplausos».
-«El amor sin pecado es como el huevo sin sal.»
-«He conocido burgueses encantadores y discretos.¿Ustedes creen que todo lo que ha aportado la burguesía es malo? No. Algo habrá que conservar de ella».
-«Filmo para el público habitual y para los amigos, para los que van a entender tal o cual referencia, más o menos oscura para los demás. Pero procuro que estos últimos elementos no entorpezcan el discurso de lo que estoy contando».
-«Dalí sedujo a muchas mujeres, en especial a mujeres norteamericanas; pero estas seducciones acostumbraban habitualmente a consistir en hacerlas acudir a su apartamento, desnudarlas, freír un par de huevos, colocarlos en los hombros de la mujer y ponerla de patitas en la calle sin haber articulado ni una sola palabra.»
-«La moda es la manada; lo interesante es hacer lo que a uno le da la gana».
-«En Sade descubrí un mundo de subversión extraordinaria, en el que entra todo: desde los insectos hasta la sociedad humana, el sexo, la teología. En fin, me deslumbró realmente».
-«Todos somos un poco fetichistas. Aunque algunos exageran, ¿no?».
-«Estoy en contra de la caridad del tipo cristiano. Pero luego, si veo a un pobre hombre que me conmueve, le doy cinco pesos. Si no me conmueve, si me parece antipático, no le doy anda. Entonces, no se trata de caridad».
-«Me gusta acostarme y levantarme temprano, en eso soy antiespañol».
-«Los gallos o las gallinas forman parte de muchas ‘visiones’ que tengo, a veces compulsivas. Es inexplicable, pero el gallo y la gallina son para mi seres de pesadilla».
-«Soy ateo, gracias a Dios».
-«Una cosa lamento: no saber lo que va a pasar. Abandonar el mundo en pleno movimiento, como en medio de un folletín. Yo creo que esta curiosidad por lo que suceda después de la muerte no existía antaño, o existía menos, en un mundo que no cambiaba apenas. Una confesión: pese a mi odio a la información, me gustaría poder levantarme de entre los muertos cada diez años, llegarme hasta un quiosco y comprar varios periódicos. No pediría nada más. Con mis periódicos bajo el brazo, pálido, rozando las paredes, regresaría al cementerio y leería los desastres del mundo antes de volverme a dormir, satisfecho, en el refugio tranquilizador de la tumba».
El grueso de estas citas proceden de la edición española del libro «Luis Buñuel» (Bill Krohn. Taschen, 2005)
«Detlef, pues, estaba tan decidido a empezar la cura como yo. Parecía contento de que las cosas hubieran sucedido de ese modo. No teníamos la menor idea, como tampoco la tenían nuestros padres, de que es una auténtica locura que dos drogadictos amigos intenten dejar la droga conjuntamente. Uno u otro acaban por arrastrar al compañero y terminan inyectándose de nuevo. Es posible que lo hubiéramos oído decir a alguien, pero nos hacíamos ilusiones y creíamos que con nosotros no regían las mismas leyes que con los otros yonkis. Por otra parte no podíamos ni pensar en hacer algo importante por separado.
A la mañana pudimos mantenernos a flote con las píldoras que nos había dado el padre de Detlef. Nos pusimos a hablar de nuestro futuro, y a pintárnoslo de color de rosa una vez que hubiéramos dejado la droga. Nos prometimos mutuamente ser valientes hasta el límite en los próximos días. Pese a que comenzaron los dolores, nos sentíamos todavía muy dichosos.
Por la tarde las cosas se pusieron mucho más difíciles. Tomábamos píldora tras píldora y bebíamos vino sin cesar. Pero nada nos ayudaba. De pronto perdí el control de mis piernas, y una enorme presión me atenazó la articulación de la rodilla. Me tumbé en el suelo y estiré las piernas a todo lo largo. Traté de tensar y distender los músculos, pero no podía controlarlos. Apreté las piernas contras el armario, apoyándome con fuerza sobre las plantas de los pies para poder conservar los pegados al armario.
Portada de la edición española del libro (Círculo de Lectores, 1980)
Estaba empapada de un sudor helado. Tiritaba de frío y ese frío sudor me corría por el rostro y se me metía en los ojos. El sudor apestaba como si fuera de un animal sucio. Pensé que era el repugnante veneno que salía de mi cuerpo. Me sentía como si estuviera sometida a un auténtico exorcismo para arrojar a un demonio de mi cuerpo.
Detlef aún estaba peor que yo. Era víctima de convulsiones. Temblaba de frío y sin embargo se despojó de su jersey. Se sentó en la silla de mi cuarto junto a la ventana sus piernas se movían constantemente, como si corriera sentado. Con movimientos agitado
s, aquellas piernas delgadas como alambres iban de un lado para otro. Se quejaba en vos baja y no cesaba de limpiarse el sudor del rostro. Aquello era algo más que un temblor. Se encogía sobre sí mismo y no dejaba de gritar. Tenía espasmos en el estómago.
Detlef olía aún peor que yo. Mi pequeño dormitorio estaba inundado del apestoso olor de nuestros cuerpos. Recordé haber oído decir que si dos drogadictos se someten juntos a una cura de desintoxicación, su amistad queda destruida para siempre. Pensé que yo continuaba queriendo todavía a Detlef a pesar de ese mal olor que salía de todos los poros de su cuerpo.
Detlef se levantó y, no sé cómo, pudo llegar hasta el espejo que colgaba de una pared de mi cuarto.
-!No puedo resistirlo más! -exclamó-. No, no, sé que no podré resistirlo.
Fotograma de la película «Yo, Cristina F.» (Ulrich Edel, 1981)
No pude responderle nada. Me faltaban fuerzas para darle ánimos. Apenas las tenía para tratar de no pensar como el. Quise concentrarme en la maldita novela de terror que estaba leyendo, hojeé un periódico y con mi nerviosismo acabé por desgarrarlo. Tenía la boca y la garganta totalmente secas, pese a que la boca estaba llena de saliva. No pude tragarla y comencé a toser. Mientras más espasmódicamente trataba de tragarme esa saliva, más violenta se hacía mi tos, que pronto se volvió en continuada y me hizo devolver. Lo hice encima de la alfombra. Era una espuma blanca. Como mi cachorro dogo cada vez que comí hierba, pensé. La tos y las náuseas no cesaban.
Póster de la película «Yo, Cristina F.» (Ulrich Edel, 1981)
Mi madre pasó la mayor parte del tiempo en el cuarto de estar. Las veces que entraba a vernos no sabía qué hacer. Iba una y otra vez al supermercado para adquirir cosas que no podíamos tragar. En una ocasión me trajo caramelos de malta que, realmente, nos aliviaron. Cesó la tos. Mi madre limpió nuestros vómitos. Estaba extremadamente cariñosa y amable con nosotros. Y yo ni siquiera podía darle las gracias.
Las píldoras y el vino comenzaron a hacer efecto. Me había tomado Valium 10, dos Mandrax y, además, me bebí casi una botella de vino. Con todo eso, una persona normal se hubiera pasado durmiendo dos días seguidos. Pero mi cuerpo estaba tan envenenado por la droga que apenas reaccionó ante este nuevo veneno. No obstante, me sentí un poco más tranquila y me eché en la cama. Junto a ella habíamos colocado un catre en el que se acostó Detlef. No nos tocamos. Cada uno tenía bastante con ocuparse de sí mismo. Yo me sentía invadida por una semisoñolencia. Dormía y, al mismo tiempo, notaba los terribles dolores. Soñaba y reflexionaba. Sueños y pensamientos se mezclaban y se confundían entre sí. Pensaba que todo el mundo, principalmente mi madre, podía ver en mi interior, que podía leer mis tétricos y sucios pensamientos. Que podía ver qué repugnante basura estaba hecha. Odiaba mi cuerpo. Me hubiera sentido satisfecha de que se me muriera para librarme de él.
Fotograma de la película «Yo, Cristina F.» (Ulrich Edel, 1981)
Por la noche me tomé unas cuantas pastillas más. Hubieran bastado para acabar con una persona normal. A mí, únicamente me hicieron dormir durante algunas horas. Me desperté después de haber soñado que era un perro que siempre estuvo bien tratado por sus dueños y que de pronto se veía encerrado en una perrera y atormentado hasta la muerte. Detlef hizo un violento movimiento con el brazo y me golpeó sin querer. La luz estaba encendida. Junto a mi cama había una jofaina llena de agua y una toalla que mi madre había dejado. Me limpié el sudor de la cara. El cuerpo de Detlef se movía sin cesar, pese a que parecía dormir profundamente. Se agitaba de un lado a otro, las piernas no cesaban de patalear y en ocasiones se golpeaba con los brazos.
Fotograma de la película «Yo, Cristina F.» (Ulrich Edel, 1981)
Yo me encontraba mejor. Tuve fuerzas suficientes para limpiar la frente de Detlef con una toalla. Él no pareció notarlo. Supe en esos instantes que lo seguía amando con locura…».
Extracto del libro «Christiane F. Hijos De La Droga» (Kai Hermann, Horst Rieck & Vera Christiane Felscherinow, 1979)
“Quería deciros que si elegí el oficio de maestro fue porque guardo un mal recuerdo de mi juventud y porque no me gusta la forma en que se trata a los niños. La vida no es fácil, es dura, y es importante que aprendáis a endureceros para que podáis enfrentaros a ella; ojo, endureceros, no ser insensibles. Por una especie de extraño equilibrio, aquéllos que tuvieron una infancia difícil están generalmente mejor dotados para enfrentarse a la vida adulta que aquellos otros que disfrutaron de protección o de un exceso de cariño. Es una especie de ley de compensación. Más adelante tendréis hijos, y yo espero que vosotros los queráis y que ellos os quieran. En realidad, ellos os querrán si vosotros los queréis. Si no, traspasarán su amor o su afecto, su ternura, a otras personas o a otras cosas. Porque la vida está hecha de ese modo: no podemos vivir sin querer y ser queridos”.
Extracto del guión del largometraje “La Piel Dura” (François Truffaut, 1976)
“Hay una ideología real e inconsciente que unifica a todos, y que es la ideología del consumo. Uno toma una posición ideológica fascista, otro adopta una posición ideológica antifascista, pero ambos, desde sus ideologías, tienen un terreno común que es la ideología del consumismo. El consumismo es lo que considero el verdadero y nuevo fascismo. Ahora que puedo hacer una comparación, me he dado cuenta de una cosa que escandalizará a los demás, y que me hubiera escandalizado a mí mismo hace diez años. Que la pobreza no es el peor de los males y ni siquiera la explotación. Es decir, el gran mal del hombre no estriba ni en la pobreza ni en la explotación, si no en la pérdida de la singularidad humana bajo el imperio del consumismo. Bajo el fascismo se podía ir a la cárcel. Pero hoy, hasta eso es estéril. El fascismo basaba su poder en la iglesia y el ejército, que no son nada comparados con la televisión”.