Marcel Proust  (1871-1922)

Marcel Proust (1871-1922)

“Quiso enterarse de si tenía una amante, una atadura cualquiera que le impidiese acercarse a ella, que explicara su extraña conducta. Si se enteraba sufriría mucho, pero al menos sabría la verdad, y tal vez podía esperar que con algo de tiempo su belleza acabara imponiéndose. Salió de casa decidida a preguntar enseguida, pero luego, dominada por el miedo, no se atrevía. En el último momento, lo que la impulsó a hacerlo no fue tanto el deseo de saber la verdad como la urgencia de hablar de Lepré a los demás y el encanto triste de evocarlo en vano por todas partes cuando él no estaba. Tras la cena, dijo a dos hombres que estaban cerca de ella y que hablaban de todo con bastante libertad:

-Díganme, ¿conocen bien a Lepré?

-Le vemos todos los días desde siempre, pero no somos muy amigos.

-¿Es un tipo encantador?

-Sí, es un tipo encantador.

-Bueno, tal vez puedan decirme… no se crean obligados a hablar bien de él, pues se trata de algo realmente importante para mí. Hay una joven a la que quiero con todo mi corazón y que tiene cierta inclinación hacia él. ¿Es alguien con quien una podría casarse sin temor?

Por un instante sus dos interlocutores parecieron incómodos.

-No, es algo imposible.

Muy valiente, Madeleine continuó para terminar cuanto antes:

-¿Acaso tiene una relación desde hace mucho?

-No, pero de todos modos es imposible.

-Díganme de qué se trata, díganmelo, se lo ruego.

-No.

-Pero bueno, al fin y al cabo es mejor que lo sepa, o podría imaginar algo peor o algo ridículo.

-Bueno, es lo siguiente, y creo que diciéndolo no le hacemos ningún daño a Lepré; para empezar, usted no se lo dirá a nadie; además, todo París lo sabe y en cuanto al matrimonio Lepré es demasiado honesto y respetuoso para planteárselo. Es un tipo encantador, pero tiene un vicio. Le gustan las mujeres inmundas que se recogen del fango, y le gustan con locura; a veces pasa la noche en las afueras o en los bulevares de la periferia, arriesgándose a que le maten un día, y no solo le gustan con locura, sino que además solo le gustan ellas. La mujer más encantadora de alta sociedad o la joven más ideal le resultan completamente indiferentes. Ni siquiera es capaz de fijarse en ellas. Sus placeres, sus preocupaciones y su vida están en otra parte. Los que no le conocían bien decían en otros tiempos que, dado su carácter exquisito, un gran amor podría apartarle de su vicio. Pero para ello haría falta que fuera capaz de sentirlo, y es incapaz. Su padre ya era así, y la única razón por la que no sucederá lo mismo con sus hijos es que no los tendrá”.

Extracto del relato “El Indiferente”

William S. Burroughs (1914-1997)

William S. Burroughs (1914-1997)

“En Times Square subimos a un taxi y empezamos a recorrer calles. Mary daba las direcciones y, de vez en cuando, chillaba: ‘¡Pare!’, y saltaba fuera, con la cabellera pelirroja al viento, para ir a ver a alguien. Enseguida volvía diciendo: `El camello estaba aquí hace diez minutos, pero se acaba de marchar. Ese tío tiene, pero no hay forma de que suelte nada’. Otras veces decía: `El contacto no volverá en toda la noche. Vive en el Bronx. Paremos aquí un momento. Quizá pueda encontrar a alguien en Kellog’s’. Finalmente: `Parece que nadie está en su sitio. Ya es un poco tarde para conseguir nada. Vamos a comprar unos tubos de bencedrina y después a Ronnie’s. Tienen discos antiguos en el jukebox. Podemos tomar café y colocarnos con bencedrina’. Ronnie’s era un bar cerca de la calle 52 y la Sexta Avenida, donde solía haber músicos tomando pollo frito y café a partir de la una de la madrugada. Nos sentamos y pedimos café. Mary abrió con manos expertas un tubo, sacó el papel doblado, lo rompió en tiras y me pasó tres.

-Tómalas con el café.

El papel despedía un mareante olor a mentol. Algunos de los que estaban alrededor olfatearon y sonrieron. Tuve nauseas al tragar, pero logré engullirlo. Mary puso unos cuantos discos viejos en el jukebox y llevaba el ritmo tamborileando con los dedos sobre la mesa; tenía una expresión extática, como la de un mongólico masturbándose.

Empecé a hablar muy deprisa. Tenía la boca seca y la saliva espesa y pegajosa, y la soltaba en forma de bolas blancas -`escupir algodón’ se llama a eso-. Íbamos caminando por Times Square…”.

Extracto de la novela “Yonqui” (1953)

Arthur Schopenhauer (1788-1860)

Arthur Schopenhauer (1788-1860)

“Y sin embargo, si todos los deseos se vieran satisfechos en cuanto despiertan, ¿en qué ocuparían los hombres su vida, cómo pasarían el tiempo? Imaginemos a esta raza transportada a una utopía donde todo creciera espontáneamente y los pavos volaran asados, donde los amantes se encontraran sin más demora y supieran permanecer juntos sin mayor dificultad: en semejante lugar algunos hombres morirían de aburrimiento o se ahorcarían, otros lucharían y se matarían entre ellos, y así crearían por sí mismos más sufrimiento del que la naturaleza les causa tal como es ahora.”

Hermann Hesse (1877-1962)

Hermann Hesse (1877-1962)

“De la historia universal no puedo decir que el hombre sea bueno, noble, pacífico y altruista, pero creo, y además sé con certeza, que entre las posibilidades que tiene a su alcance se encuentra también esta noble y hermosa posibilidad, la tendencia hacia el bien, la paz y la belleza, que puede florecer en circunstancias favorables, y si esta fe tuviera necesidad de una confirmación, la encontraría en la historia universal, junto a los conquistadores, dictadores, guerreros y lanzadores de bombas, en las apariciones de Buda, Sócrates, Jesús, los escritos sagrados de los hindúes, judíos, chinos, y todas las maravillosas obras del espíritu humano en el mundo del arte. Una cabeza de profeta en el pórtico de una catedral, un par de acordes de la música de Monteverdi, Bach, Beethoven, un trozo de lienzo de Guardi o de Renoir, son suficientes para contradecir todo el teatro bélico de la brutal historia universal y presentar otro mundo, espiritual y dichoso. Y por añadidura, las obras artísticas tienen una duración mucho más segura y prolongadas que las obras de violencia, a las que sobreviven durante milenios”.

Hunter S. Thompson (1937-2005)

Hunter S. Thompson (1937-2005)

“Estábamos en algún lugar de Barstow, muy cerca del desierto, cuando empezaron a hacer efecto las drogas. Recuerdo que dije algo así como:

-Estoy algo volado, mejor conduces tú…

Y de pronto hubo un estruendo terrible a nuestro alrededor y el cielo se llenó de lo que parecían vampiros inmensos, todos haciendo pasadas y chillando y lanzándose en picado alrededor del coche, que iba a unos ciento sesenta por hora, la capota bajada, rumbo a Las Vegas. Y una voz aulló:

-¡Dios mío! ¿Qué son esos condenados bichos?

Luego, se tranquilizó todo otra vez. Mi abogado se había quitado la camisa y se echaba cerveza por el pecho para facilitar el proceso de bronceado.

-¿Qué diablos andas gritando? -murmuró, mirando fijamente hacia arriba, hacia el sol, los ojos cerrados y protegidos con unas de esas gafas españolas que van enganchadas atrás.

-No es nada –dije-. Te toca conducir a ti.

-Pisé el freno y enfilé el Gran Tiburón Rojo hacia el borde de la carretera. Pensé que no tenía objeto mencionar aquellos vampiros. Muy pronto los vería el pobre cabrón.

Era casi mediodía, y aún teníamos que recorrer más de ciento sesenta kilómetros. Sería duro. Pero no había marcha atrás ni tiempo para descansar. Tendríamos que seguir”.

Primera página de la novela “Miedo y Asco En Las Vegas” (1971)