Sócrates (470-399 a.C.)
“Y bien, buen hombre –dijo Sócrates al portador del veneno-, tú que entiendes de estas cosas, ¿qué debo hacer?
-Solo beber el tósigo y pasear –le respondió- hasta que las piernas te pesen. Luego tumbarte. Así hará su efecto.
-Y diciendo esto, tendió la copa a Sócrates. Tomóla éste con tranquilidad, sin temblar ni alterarse, miró al verdugo de frente, según tenía por costumbre, y le dijo:
-¿Habrá que hacer una libación a alguna divinidad?
-Nosotros no sabemos nada de eso, Sócrates, tan solo trituramos la cantidad de cicuta que juzgamos precisa para beber.
-Me doy cuenta –contestó-. Pero al menos se puede y debe suplicar a los dioses que resulte feliz mi emigración. ¡Que así sea!
-Y dichas estas palabras, bebió el veneno, conteniendo la respiración, sin repugnancia ni dificultad. Hasta ese momento nosotros habíamos podido contener el llanto; pero cuando le vimos beber ya no lo hicimos. Yo mismo, contra mi voluntad, lloré por mí mismo… por mi propia desventura, al verme privado de tal amigo. Critón, que había empezado a llorar antes que yo, se había levantado. Y Apolodoro, que no había cesado un momento de hacerlo, rompió en demostraciones de indignación. No hubo nadie de los presentes, salvo el propio Sócrates, que no se conmoviera. Entonces nos dijo:
-¿Qué hacéis? Si mandé afuera a las mujeres fue para que no llorasen, pues tengo oído que se debe morir entre palabras de buen augurio. Ea, pues, estad tranquilos y mostraos fuertes.
-Y, al oírle, sentimos vergüenza y contuvimos el llanto. Él, después de haberse paseado, se acostó boca arriba, pues así se lo había aconsejado el suministrador del veneno. Éste le observaba las piernas. Luego le apretó el pie y le preguntó si lo sentía. Sócrates dijo que no. El hombre fue subiendo y nos mostró que iba enfriándose y quedándose rígido. Y nos dijo que cuando le llegara al corazón moriría. Tenía ya casi frío el vientre cuando, descubriendo su rostro –pues se lo había cubierto- dijo éstas, que fueron sus últimas palabras:
-Oh, Critón, debemos un gallo a Asclepio. No olvidéis esa deuda.
-Descuida, que así se hará –le respondió Critón. Mira si tienes que decir algo más.
-A esta pregunta ya no contestó. Al cabo de un rato tuvo un estremecimiento y el hombre le descubrió: tenía la mirada inmóvil. Critón le cerró la boca y los ojos. Así fue el fin de un varón que fue el mejor, el más sensato y justo de los hombres de su tiempo que tratamos”.
Fragmento del “Fedón” de Platón.