“Quería deciros que si elegí el oficio de maestro fue porque guardo un mal recuerdo de mi juventud y porque no me gusta la forma en que se trata a los niños. La vida no es fácil, es dura, y es importante que aprendáis a endureceros para que podáis enfrentaros a ella; ojo, endureceros, no ser insensibles. Por una especie de extraño equilibrio, aquéllos que tuvieron una infancia difícil están generalmente mejor dotados para enfrentarse a la vida adulta que aquellos otros que disfrutaron de protección o de un exceso de cariño. Es una especie de ley de compensación. Más adelante tendréis hijos, y yo espero que vosotros los queráis y que ellos os quieran. En realidad, ellos os querrán si vosotros los queréis. Si no, traspasarán su amor o su afecto, su ternura, a otras personas o a otras cosas. Porque la vida está hecha de ese modo: no podemos vivir sin querer y ser queridos”.
Extracto del guión del largometraje “La Piel Dura” (François Truffaut, 1976)
“Hay una ideología real e inconsciente que unifica a todos, y que es la ideología del consumo. Uno toma una posición ideológica fascista, otro adopta una posición ideológica antifascista, pero ambos, desde sus ideologías, tienen un terreno común que es la ideología del consumismo. El consumismo es lo que considero el verdadero y nuevo fascismo. Ahora que puedo hacer una comparación, me he dado cuenta de una cosa que escandalizará a los demás, y que me hubiera escandalizado a mí mismo hace diez años. Que la pobreza no es el peor de los males y ni siquiera la explotación. Es decir, el gran mal del hombre no estriba ni en la pobreza ni en la explotación, si no en la pérdida de la singularidad humana bajo el imperio del consumismo. Bajo el fascismo se podía ir a la cárcel. Pero hoy, hasta eso es estéril. El fascismo basaba su poder en la iglesia y el ejército, que no son nada comparados con la televisión”.
“Tal será el día en que Dios se presentará a justificarse a todas las almas y todos los que están vivos. Aparecerá y hablará, y dirá con toda claridad por qué ha habido una creación y por qué hay sufrimiento y muerte de los inocentes… en ese momento, la humanidad resucitada será el juez, y el que es eterno, el Creador, será juzgado por todas las generaciones a quienes impuso la vida”.
«Después llegó la hora de los hombres y yo hice la guerra como los demás hombres.
En los tiempos en los que estaba en la artillería al mando de mi batería en el frente norte, una noche en que la mirada de las estrellas en el cielo palpitaba como la mirada de un recién nacido, mil fogonazos salidos de la trinchera contraria despertaron de pronto los cañones enemigos, lo recuerdo como si fuera ayer.
Yo oía los disparos pero no las explosiones (…) Apagan las estrellas a golpe de cañón, las estrellas morían en el bello cielo de otoño como se apaga la memoria en el cerebro de esos pobres viejos que intentan recordar.
Nosotros moríamos allí la muerte de las estrellas.
Y en el frente tenebroso con sus lívidas luces solo podíamos decir desesperados: Han asesinado incluso las constelaciones”.
Fragmento de la obra de teatro «Las Tetas de Tiresias» (1917)
“Con tanto árbol en la ciudad, uno veía acercarse la primavera de un día a otro, hasta que después de una noche de viento cálido venía una mañana en que ya la teníamos allí. A veces, las espesas lluvias frías la echaban otra vez y parecía que nunca iba a volver, y que uno perdía una estación de la vida. Eran los únicos períodos de verdadera tristeza en París, porque eran contra naturaleza. Ya se sabía que el otoño tenía que ser triste. Cada año se le iba a uno parte de sí mismo con las hojas que caían de los árboles, a medida que las ramas se quedaban desnudas frente al viento y a la luz fría del invierno. Pero siempre pensaba uno que la primavera volvería, igual que sabía uno que fluiría otra vez el río aunque se helara. En cambio, cuando las lluvias persistían y mataban la primavera, era como si una persona joven muriera sin razón. En aquellos días, de todos modos, al fin volvía siempre la primavera, pero era aterrador que por poco nos fallara”.
Fragmento de la novela “París Era Una Fiesta”, publicada póstumamente en (1964)